Se podría decir que La vida misma pertenece a una especie de subgénero del drama romántico mainstream, cuyas principales características son el tono de autoayuda, la puesta en escena de telenovela, la historia dramática con pretensiones aleccionadoras, el romance con alta dosis de cursilería, la música de dudosa calidad.
El director Dan Fogelman (quien también es el guionista) hace todo esto como si quisiera respetar a rajatabla las reglas básicas del manual del mal gusto. Pero el verdadero problema del filme es la mirada de Fogelman, innecesariamente cruel y torpemente manipuladora, casi como si no pudiera concebir la posibilidad de que sus personajes dieran un paso sin que les suceda algo terrible.
La tragedia de los primeros minutos es el primer desatino de una larga sucesión de despropósitos sádicos. Will (Oscar Isaac) queda traumado tras perder a su mujer, a punto de dar a luz a su primera hija, en un accidente absurdo. Su vida queda al borde de la locura y recurre a una psicóloga.
Dylan, la hija de Will y Abby que sobrevive al accidente, crece con su abuelo paterno porque el director mata a la abuela también, además de haber matado a los padres de Abby (Olivia Wilde), porque acá se trata de llevar el fatalismo y la desgracia al extremo para que la enseñanza y la conmoción sean más efectivas. Ni hablar de lo que pretende hacer con un álbum de Bob Dylan de 1997, Time Out of Mind. Quizás sea el homenaje más innoble a un ganador del Premio Nobel.
La película quiere a toda costa hablar de temas importantes como el destino y la vida, y para eso empieza a contar la historia de un empleado de una hacienda en España, cuyo dueño es un millonario interpretado por Antonio Banderas. Esto da pie al entrecruzamiento de los destinos de los personajes. Y no conviene contar más porque lo que sucede está puesto como un ingrediente sorpresa.
Plagada de golpes bajos, La vida misma busca en todo momento arrancarle lágrimas al espectador. Quiere ser como la vida misma, pero se parece más a una mala publicidad de una institución para enfermos terminales.