Ex guionista de Disney (Enredados, Bolt, Cars 2) y uno de los responsables de la prestigiosa serie This Is Us, Dan Fogelman debutó como director en 2015 con Directo al corazón, una comedia previsible e incluso un poco pava, pero menos aleccionadora que graciosa, honesta antes que moralista. Las búsquedas y resultados son diametralmente opuestos en La vida misma, su segundo largometraje.
La película comienza en Nueva York y encuentra a Will (Oscar Isaac) a punto de tener un hijo con Abby (Olivia Wilde). La primera de tantas desgracias llegará cuando ella sufra un accidente que empuja a él hasta un destino igualmente trágico. De allí el film salta a España, más precisamente a la hacienda de un millonario solitario (Antonio Banderas) que asciende a capataz a uno de sus mejores empleados, a quien además le deja la casa para que se instale con su familia.
No conviene adelantar mucho más, puesto que el efecto sorpresa ante la escalada de desgracias y azares es una de los involuntarios atractivos de un film que, siempre desde la solemnidad más acartonada, somete al espectador a un largo y aleccionador recorrido por varias generaciones de estas familias.
La vida misma se presenta como uno de esos dramones románticos de largo aliento temporal que entrecruza los destinos de sus protagonistas. Todas las situaciones tienen como fin máximo buscar la emoción del espectador. Una emoción que llega muchas a veces a raíz de situaciones forzadas e inverosímiles aun en una película cuyo universo tiene reglas lo suficientemente laxas como para permitir que pase prácticamente cualquier cosa.