La vida misma es el título del segundo largometraje como director de Dan Fogelman, de una extensa carrera como guionista en series de televisión. En ella utiliza un reparto lleno de estrellas de cine como Oscar Isaac, Olivia Wilde, Antonio Banderas, Annette Bening, Sergio Peris-Mencheta, Olivia Cooke y Mandy Patakinentre otros, para contar una historia de amor que transcurre a lo largo de varias generaciones y entre diferentes personajes cuyas vidas se entrecruzan en diferentes épocas y lugares.
Con una estructura narrativa dividida en capítulos, cada uno con una placa que indica quien es el protagonista de cada uno de ellos. Formando así un rompecabezas cuyas piezas pueden estar en diferentes países y épocas, pero al final pero se terminan uniendo, como ocurría en Babel de Alejandro Gonzalez Inarritu o en Tres colores: rojo, película que cierra la trilogía de Kristoff Kieslowki. Pero como sucede con la primera y no así con la segunda, acá esta estructura dramática se ve forzada, y la conexión entre todas las historias se dejan ver mucho tiempo antes del final.
Pero el principal problema de La vida misma es que es un melodrama que busca abarcar demasiado, y esta todo tan fríamente calculado que termina resultando inverosímil y por lo tanto poco interesante. La idea de avanzar y retroceder en el tiempo en el primer capítulo, por ejemplo, hace que perdamos la sorpresa y no empatizemos con la historia de amor, y las voces en off explican lo que se nos podría mostrar en pantalla y resultar muchísimo más interesante. A esto se le suman una larga serie de golpes bajos que al irse acumulando anestesian al espectador y le generan aburrimiento, porque termina siendo una regla en cada capítulo.
La película falla también desde el punto de vista técnico, con su excesiva iluminación y escenas de una perfección publicitaria, donde no faltan los lugares comunes de estas. Y el error es que hasta las escenas más duras de la película respetan esta estética, en la que se ve lindas las cosas más terribles. A esto hay que sumarle la banda sonora del músico argentino Federico Jusid, que en lugar de generar un contraste musical que pueda conmover, lo convierte en redundante.
En conclusión, La vida misma es un melodrama donde todo está fríamente calculado, y por lo tanto se le resta toda emoción. Porque los personajes hacen y dicen cosas románticas, pero caen tanto en lugares comunes o se explican tanto mediante el uso de voces en off que no resultan creibles. Y este el error en el que ningún melodrama puede caer, porque se puede ver lo artificial de su diseño de producción, como ocurre con Mouline Rouge por ejemplo, pero para que funcione no tienen que ver los hilos es en los sentimientos de los personajes.