LOS DETECTIVES SALVAJES
Roberto Bolaño ha dedicado gran parte de su literatura a relatar las peripecias de grupos de poetas jóvenes, fundamentalistas, rebeldes y diletantes embarcándose en aventuras disparatadas y destinadas al fracaso antes de comenzar. Esos poetas no tienen más propósito que escribir, ni siquiera por dinero para agenciarse una vida con dicha profesión. La poesía es, en ese universo, una actitud ante la vida más que un oficio o una profesión.
A comienzos de la década del 90, y casi como un cuento del autor chileno, un grupo de jóvenes poetas se unieron a través de lazos de amistad y lanzaron una revista (una de esas que podrían haber formado parte de “El espíritu de la ciencia ficción”) llamada “18 Whikys”. Uno de sus integrantes, Mario Varela, como un detective salvaje bolañesco se lanza a la búsqueda de un pasado sin gloria aunque sí con elementos míticos para cierto círculo social.
A través de imágenes documentales de sus viejos integrantes, con esa estética tan propia de nuestros años 90 (el VHS, los pelos largos, las ropas holgadas) nos acercamos a sus integrantes en su juventud, su momento de ebullición. Aunque una pregunta nos asalta: ¿Cómo filmar una profesión con tan poca acción corporal como la escritura? Más aún: ¿Cómo hacerlo sin recurrir a la dramatización? Lo más cercano es poder ver a los poetas hablando de la realidad, su realidad y su mundo.
Hoy día, en que los 90 se asemejan tanto a nuestra realidad, no parece inocente volver sobre esta experiencia de jóvenes que estaban en contra de fundir escritura con política. Entonces el grupo se transforma en arquetipo de la apatía política juvenil de la década menemista que quedó como una marca indeleble de esa generación. ¿De qué sirvió esa actitud? ¿Tenía que servir para algo? Y esta película ¿tiene un propósito fuera de la nostalgia?
La realidad de los diferentes poetas en el presente es bien variada y no nos permite trazar puntos en común ni delinear constantes de ningún tipo, salvo la etárea. Aunque bien variopintos, el relato no logra conformar personajes ni problematizar la experiencia. En un momento se habla de la misoginia y las cuestiones de género pero la ausencia de declaraciones jugosas o interesantes sobre el tema no permiten ahondar en la cuestión y su introducción parece más una prerrogativa del estado de ideas del momento que un interés legítimo por la temática. El otro punto fallido es la no-aparición de uno de los poetas. Un viaje a Tailandia en su búsqueda nos vuelve a remitir a Arturo Belano y Ulises Lima vagando por los desiertos de Sonora en busca de Cesárea Tinajero. Sin embargo, no sólo la búsqueda es infructuosa sino que no genera material para repensar ninguna cuestión y la presencia/ausencia del perseguido no se impone por el peso de su figura ni por haber sido el hecho maldito del grupo por lo cual tampoco queda claro su presencia como material en el metraje final, salvo quizás por no desperdiciar la inversión que supuso tal viaje. El relato no logra transformar a ese poeta perdido en el Leopoldo María Panero de El Desencanto (Jaime Chávarri, 1976) y su ausencia tampoco se siente.
¿Qué se busca recuperar con esta historia? ¿Por qué hoy día? La ecléctica vida que siguió cada uno de sus integrantes tampoco nos parece hablar de un destino común ni siquiera por lo trágico (como sí ocurriría en las novelas de Bolaño). Sin embargo, lo que en el autor chileno era la recuperación de un pasado en donde la poesía si bien no era un arma de política partidaria si estaba cargada de un enorme y visceral gesto político, a secas, cosa que no parece ocurrir en este filme, quizás en forma especular con su propio pasado, quizás en forma especular con el pasado del país.
Por Martín Miguel Pereira