Todavía somos jóvenes, pero eso se pierde enseguida
Allá por los tempranos ’90 reinaba la mediocridad del discurso Menemista de la pizza con champán. Sin embargo, había poetas desperdigados como sus libros, ediciones a mano que podían repartirse a fuerza de fotocopias y del ímpetu de la juventud. Muchos de ellos encontraron un modo de expresarse libremente y a la vez caótico en un colectivo que trajo como consecuencia una revista de muy corta duración llamada 18 whiskys, donde la diversidad de voces, y prosas se entremezclaba con experiencias de vida también de corta duración.
De ese experimento no se afincaron sin embargo lazos o vínculos fuertes más allá de la idea de escribir y manifestar las emociones en una catarsis que no sólo exponía a cada poeta sino que buscaba -como suele ocurrir en talleres literarios- la mirada del otro y la crítica a la obra para reducir o ampliar esa guerra no declarada de vanidades, en la hoguera de las palabras. Entonces fue la poesía un pretexto de unión y también desunión allá por los ’90 entre la confusión de ese slogan hueco del “Síganme” y los bailes con odaliscas en el programa de Mirtha Legrand.
Mario Varela, fundador de 18 whiskys, poeta y autor de libros infantiles, tomó la decisión de registrar 25 años después un encuentro de amigos que compartieron el proyecto de la revista pero que cambiaron con el correr de los años, algunos cada vez más lejos de aquellas épocas de libertad y otros con la añoranza que las agujas del reloj no fueran tan implacables con la vida.
Fabián Casas, Jorge Aulicino, Laura Wittner, Rodolfo Edwards, Daniel Durand, Darío Rojo, Juan Desiderio y Teresa Arijón brindan sus testimonios para completar la misión de Mario Varela, tejen alguna urdimbre de anécdotas en el medio aunque reconocen el final antes que un “continuará” en sus historias personales.
En los fragmentos leídos se reconoce cierta urgencia urbana y algunas influencias literarias porque todos ellos además de escribir o traducir por ejemplo a Paterson eran grandes lectores.
La pregunta por hacerse es si algo queda de aquellos años de juventud etílica reflejada en un cortometraje de 1993 que el propio Mario Varela, un rosarino que estudió cine en la Escuela de Avellaneda, entre otras cosas, intituló Rally París-Dakar, donde la premisa era recorrer bares de San Telmo y Buenos Aires, consumir todo tipo de bebida alcohólica y ver quién resistía antes del desastre y del amanecer.
Ese es el puntapié nostálgico que deviene en búsqueda de afectos hasta el desencanto de saber que las cosas no duran demasiado y comprobar que a las palabras se las lleva el viento, a veces con los poetas incluidos, aquellos que se niegan a la fuerza a desprenderse de la juventud o a convertirla en palabra y transformarla en una energía que muta y no se pierde como dice Fabián Casas:
Todavía somos jóvenes, pero eso
se pierde enseguida.