Una película Platero: pequeña, peluda y suave. Pequeña porque su trama lo es: un perro que vive contento -vemos qué hacen las mascotas cuando no estamos, es decir que se portan como hmanos- recibe un compañero un poco rudo, en un paseo se pierden y, con otras mascotas abandonadas y gracias a un conejo loco, entran a un plan desquiciado (si esto les recuerda a Toy Story, bingo). Peluda porque los personajes lo son, pero además porque es de esos films inofensivos que acarician y se dejan acariciar a fuerza de chistes. Y suave porque, a pesar de los momentos dramáticos indispensables para que la historia avance, no va a producir ningún escozor especial, ninguna duda existencial, ninguna idea profunda (si esto la aleja de Toy Story, también, bingo). Lo bueno es que hay muchos gags y muchos funcionan bien: se nota que detrás de esta película están los realizadores de Minions. Lo malo es que vamos a tener que escucharla con voces latinoamericanas que hacen que mucho de ese humor se pierda. De todos modos, la conjunción de simpatía y dinamismo hace que el film funcione y no sea un dolor de cabeza para papis con nenes de vacaciones.