Sin correa
En el arranque de La vida secreta de tus mascotas (The Secret Life of Pets, 2016), de Chris Renaud y Yarrow Cheney, una evocación a Toy Story (1995) se cuela cuando los personajes comienzan sus vivencias luego de que los “dueños” salen del hogar.
Esa primera parte, llena de incorrección política, cargada de aspiraciones a las que los animales desean llegar, podría haberse planteado el motivo principal de una película que avanza perdiendo su frescura escena a escena.
Así podremos ver cómo un perro salchicha se masajea con una batidora, un gato rechaza de manera irreversible el alimento que su ama le dejó o un Pug libera energía en su casa sin miedo a destrozar todo, contrastando con el único animal que entrega un comportamiento esperable: Max, el protagonista del film, un terrier que ama tanto a su dueña que se pasa la mayor parte del día detrás de la puerta aguardando su llegada.
Para él, Katie, quien lo rescató de la intemperie, se ha convertido en el centro de su existencia. Pero su eterno idilio se quiebra cuando Duque, un perro callejero, sea llevado a la casa para que pueda convivir con él.
De este modo La vida secreta de tus mascotas configura el escenario para convertirse en otra cosa, porque de ese inicio incorrecto, plagado de gags y bromas, pasa a un relato mucho más convencional enfocado en la convivencia de los dos perros, quienes deberán trabajar juntos para regresar a su hogar, luego de luchar contra Snowball, un pequeño conejo blanco decidido a exterminar a todos aquellos animales “domesticados” por sus dueños.
El guión va amalgamando la historia de amistad y cooperación entre los animales, porque como Max y Duke, la serie de enemigos que se presenten, encabezados por Snowball, en el fondo también asumen un rol de equipo para salir ilesos ante los embates de la “perrera” que busca capturarlos y sacarlos de la ciudad.
“Domesticados” versus “salvajes”, “civilización” versus “barbarie”, La vida secreta de tus mascotas, cambia su eje narrativo y termina presentándose como una buddy movie para los más pequeños que diluye todas sus potencialidades iniciales en un relato convencional y falto de emoción.