La primera escena de La vida sin brillos nos muestra una imagen que bien puede funcionar como síntesis de la película: un cartel de neón que dice en letras mayúsculas TEATRO pero que sin embargo tanto la T como la E iniciales han dejado de funcionar. Este documental fue realizado por los cineastas independientes Guillermo Felix y Nicolás Teté, y retrata la vida tras bastidores de una obra de revista dirigida por el prestigioso productor teatral José María Muscari. Sin embargo, la obra tiene una particularidad, y es que las protagonistas de la misma son vedettes y actrices que tuvieron su época de gloria en las décadas de los ochenta y noventa, hace ya mucho tiempo.
Con un título que se ríe de sus mismas estrellas (“Extinguidas”), la obra reúne un elenco de verdaderos íconos sexuales de hace veinte y treinta años, como Adriana Aguirre, Beatriz Salomón, Noemí Alan, Silvia Peyrou, Pata Villanueva, Luisa Albinoni, entre otras. Y todas ellas prestan su testimonio en cámara, que nos lleva de viaje por un backstage no tan glamoroso como lo imaginaríamos. A lo largo del documental nos sentimos verdaderos intrusos, aunque no precisamente en el espectáculo, ya que vemos poco y nada de la obra en cuestión. Somos testigos de las situaciones más cotidianas que puede haber para una persona, como la consulta a un operador de Movistar ante una carga virtual que no se realiza con éxito, o una rutina de gimnasio. Todo es capturado por la cámara en mano que persigue a este grupo de mujeres en silencio, como si se tratara de una mosca en la pared.
Con una duración de 87 minutos, La vida sin brillos puede resultar algo extensa para un espectador no muy conocedor del mundillo del teatro de revista -como quien escribe-, pero hay muchas cosas que se pueden desasnar e interpretar, incluso para ignorantes absolutos de lo que representa este ambiente. La primera de ellas, claro está , es el paso del tiempo y como este afecta a nuestras protagonistas. Todo el documental pareciera ser una gran carta de amor a una época que ya no está, dueña de un humor y una cosmovisión que hoy en día ya es hasta cuestionable en retrospectiva. Los testimonios de las actrices que prestan su voz suelen incluir anécdotas con referentes del espectáculo nacional de antaño, como Gerardo Sofovich, Jorge Porcel, Alberto Olmedo o Juan Carlos Calabró. No hace falta decir que todas estas personas ya están muertas (o “se fueron de gira”) pero su legado en algunos aspectos sigue vivo, el cual batalla actualmente con un humor que busca hacer reír con una filosofía totalmente opuesta.
En el montaje que abre la película uno no puede evitar pensar que las protagonistas de la obra “Extinguidas” fueron brutalmente cosificadas durante toda su carrera, pero al oír sus historias, repletas de episodios positivos para ellas y para sus trayectorias, tampoco puede juzgarlas. El ego es claramente otro gran personaje implícito en esta producción. No es raro ver a estas vedettes con posters enmarcados y tapas de revistas con sus imágenes eternamente jóvenes. En el caso de Beatriz Salomón esto es llevado quizás a un extremo, como si se tratara de una versión moderna de El retrato de Dorian Grey. Mirar con cierta nostalgia al pasado parece ser, por momentos, lo único que le queda a estas otrora estrellas de las tablas y marquesinas, ya que la sociedad y el showbusiness es tremendamente cruel con el envejecimiento (algo que se acentúa si sos mujer). Muchas de estas vedettes tuvieron tanto en la obra como en la película una oportunidad única para volver a calzarse las plumas y recuperar ese brillo perdido.
Por otro lado, La vida sin brillos trata también sobre que hay después. Qué hay después del apogeo, después de que las luces ya no nos apuntan más. El documental se detiene en las vidas cotidianas de estas mujeres cuyos rostros adornaron la calle Corrientes durante varios años, pero que hoy en día difícilmente sean reconocidas por gente nacida después de la década del ochenta, por lo que sus proyectos han cambiado drásticamente. Ya no tan cerca de los reflectores y las cámaras, nos encontramos con historias entrañables y mucho más terrenales, como la lucha de Luisa Albinoni por ser madre o la pasión de Silvia Peyrou por dar clases de teatro en centros de jubilados. Es por este tipo de momentos que la película se destaca , porque demuestra con claridad que la fama es siempre ingrata y pasajera, pero también que las verdaderas estrellas nunca dejan de brillar.