Quienes frecuentan la cartelera teatral porteña saben que José María Muscari es un director absolutamente audaz, que ha hecho de sus puestas teatrales todo un estilo, un sello personal sobre el que ha cimentado una carrera sólida y distintiva, aún con algunos desniveles. Uno de sus tantos proyectos ha sido convocar y llevar a los escenarios a estrellas de la televisión, el cine y el teatro que habían tenido un fuerte momento de exposición y fama pero que luego, de alguna manera, habían quedado olvidadas.
Luego de sus puestas de “Escoria” y “Póstumos”, Muscari cerró la trilogía con “Extinguidas” una obra que homenajeaba a aquellas vedettes y mujeres sexys de los gloriosos ´80, que se convirtió automáticamente en un éxito rotundo de público y estuvo en cartel durante tres temporadas.
Dos jóvenes realizadores independientes como Nicolás Teté (quien ya había tenido experiencias con los largos de ficción “Ultimas Vacaciones en familia” y “Ónix”) y el debutante Guillermo Félix, se aventuran a la experiencia del documental, usando su cámara inquieta para (per)seguir a estas diez estrellas en sus camarines, durante la preparación antes de cada función, en sus rituales y en su simpática camaradería, espiando entre bambalinas a esta exitosa puesta teatral.
Como en cualquier relato coral de ficción, también sucede en este documental que es casi imposible que las diez historias impacten por igual: algunas atraparán mucho más que otras, de acuerdo con lo que cada una de las actrices / protagonistas se haya propuesto mostrar a cámara.
Un documental como “La vida sin brillos” crece enormemente cuando algunas de ellas se atreven a desnudar no solamente sus momentos en donde desaparecieron los brillos, el éxito, el aplauso y la bonanza económica, sino también cuando exponen sus emociones y se muestran valientemente y en carne viva: sin red.
No es nada fácil, por cierto, atreverse a mostrar el “lado B”, dejar atrás a su faceta de aquellos íconos sexuales que trabajaron junto a los grandes capocómicos de la revista porteña para contar lo sucedido durante estos más de 30 años desde su mayor momento de fama.
Pero justamente, aquellos testimonios donde se animan a poner al descubierto sus temas más profundos, son los que hacen que este pequeño documental tenga grandes momentos de intimidad cuando aparece ese tono confesional que las muestra a la intemperie y con la sensibilidad a flor de piel.
Algunas de ellas se quedarán en una mirada más superficial (qué les gusta comer “somos lo que comemos”, qué ropa ponerse “pensé que esta ropa me hacía más gorda”, qué deportes practican “me encanta el ambiente del club: juego acá tenis y golf en el club de enfrente”) generando un clima distendido que será el trampolín para abordar otras situaciones más comprometidas, momentos mucho más duros que les han tocado atravesar a sus compañeras.
Mimí Pons, Pata Villanueva y Adriana Aguirre –que sigue insistiendo en decir que tiene una genética privilegiada por más que sea evidente que tiene una cantidad importante de cirugías en su haber- sobrevuelan sus personajes en este grupo, aportando liviandad y frescura. Sandra Smith y Naanim Timoyko nos comparten su cotidiano, su vida hogareña y de trabajo, lejos de aquel mundo de la fama.
Patricia Dal parece haber sido una de las que pudo encontrar mayores vetas a su espíritu artístico y brilla bailando tango, con su trabajo en la radio y con un nuevo estilo de vida que la mantiene presente y vigente. Beatriz Salomón (con una puesta absolutamente delirante para recibir en su propia casa a los directores para la filmación de su segmento) por el contrario, parece atrapada en el pasado y en sus recuerdos con un aquí y ahora, casi inexistente.
Los testimonios que más se agradecen como espectador son los de aquellas actrices que se jugaron enteras y se atreven a un salto más contundente y visceral: Luisa Albinoni aborda su maternidad y el difícil proceso de adopción, al mismo tiempo que puede reírse de sí misma y del paso del tiempo y la vejez.
Noemi Alan enfrenta valientemente a la cámara para hablar de su enfermedad y de sus momentos más oscuros y Silvia Peyrou relata sus vivencias como profesora de teatro en centros para la tercera edad, mostrando su faceta más humana, en las antípodas de su mundo de tapas de revista en pleno destape.
Es particularmente en estos momentos donde “LA VIDA SIN BRILLOS” destila honestidad y la cámara hace un espacio y genera el ambiente propicio para que podamos “espiar” esos sinsabores y esos repliegues que fueron tomando sus carreras y sus vidas en el momento menos pensado, para conmovernos genuinamente.
La mirada amorosa de los directores sobre estas divas que se quebraron (y que en este espacio de resurgimiento teatral pueden volver a ponerse de pie y mostrarse enteras): las salva, las eleva, las hace humanas y les da un lugar de privilegio y admiración.
Ellos saben elegir inteligentemente a quienes de ellas les darán cada espacio dentro de su documental y el mosaico se arma mostrando un caleidoscopio plural y diverso en el que de alguna u otra manera nos iremos asomando porque todas ellas han sido, indudablemente, figuras queridas y admiradas por el público. Un homenaje simple, que las muestra en su costado más vulnerable pero a la vez, más enriquecedor.