Veiroj demuestra con este segundo opus no solo su capacidad para penetrar las sensaciones y la subjetividad de sus personajes, sino también ductilidad para abordar registros etarios y de clase absolutamente diversos.
Federico Veiroj, cuya ópera prima Acné contaba un año especial en la vida de un adolescente judío de la alta burguesía montevideana, demuestra con este segundo opus no solo su capacidad para penetrar las sensaciones y la subjetividad de sus personajes, sino también ductilidad para abordar registros etarios y de clase absolutamente diversos.
Jorge (¿interpretado? Por el crítico y cinéfilo Jorge Jelinek) trabaja con dedicación completa en Cinemateca Uruguaya, un lugar central de la cultura cinematográfica de Montevideo. La crisis económica va llevando a la institución a un callejón sin salida. Esta muerte lenta es la agonía la de los sueños de Jorge y el resto de los miembros de Cinemateca. Esto es apenas la anécdota sobre la que se articula la película, trama en la cual no tiene sentido profundizar demasiado.
Película que cuenta a cinéfilos, a adultos de edad mediana, a ciudadanos de urbes latinoamericanas que vivieron viejos esplendores sesentistas – y sus reflejos y continuidades –, La vida útil construye con particular tino los deseos de un hombre atrapado en el cine, ya como proyecto socio cultural, ya como espectáculo. Ese lugar en el que está atrapado es tanto interno – reflejado por su relación el mundo exterior – como externo – marcado por el tiempo histórico que pasa - más allá del lugar que parece congelado cronológicamente.
Con sencillez Veiroj destruye el falso tabú que asegura que a los cinéfilos solo le interesa el cine aburrido, el cine que no conecta con la gente común. En La vida útil – título altamente significativo – el hombre apasionado por el cine europeo de culto y por los análisis complejos, es además un tipo que se mueve al ritmo de los apuntes musicales del cine más popular, resolviendo su propia historia al ritmo de la lógica de los clásicos melodramas. De este modo, con una película simple que homenajea a los apasionados, Veiroj pone el ojo sobre el deseo del cinéfilo: ver cine, pensar cine, sentir cine, vivir cine. Lo que en un comienzo es pasión por el cine alejado del público masivo (la escena en la que el director Martínez y Jorge se reparten la películas para ver está marcada por los nombres extraños de los realizadores), muta hacia un final de película romántica, al ritmo de un marco musical propio del cine de género. En este sentido la sensible y púdica escena de baile en la escalera, es un ejemplo del hombre en el que conviven Eisenstein y Fred Astaire.
El realizador pone también el ojo sobre el paso del tiempo, el modo en que cada persona queda anclada en aquel momento histórico que lo marcó, y como esa marca lo sigue casi inevitablemente. Los registros del habla, los temas, las ropas, todo parece congelado en el medio de una ciudad sin tiempo explícito. La arquitectura de los setenta, una suerte de modernidad que se hizo decadente al rato de nacer, es también una clave para mirar, de un modo poco piadoso, a estos personajes.
Película homenaje, melancólica, rica en mensajes a quienes recorrieron esos pasillos y muchos otros similares (las funciones de cinemateca argentina en el teatro SHA son una referencia para los porteños adultos), La vida útil es una película que habla no solo a los cinéfilos viejos. Llama a todos los públicos a la aventura del amor. En todos los sentidos. Aun cuando prefiera evitar las sobre explicaciones y los dramas de ocasión.
Después, no digan que no les avisé.