Una joyita “cinéfila” para todo público
Con esta pequeña obra, pequeña incluso en su duración, de apenas 67 minutos, debuta una nueva distribuidora de cine arte. Deriva de otra con amplio catálogo en cine del Extremo Oriente. La película que nos trae también es oriental. De la Banda Oriental. Risueña, de una melancolía y un humorismo típicos de aquel lado del río, y un personaje que debe ser, tal vez, pariente lejano de alguno de esos oficinistas del primer Benedetti.
El tipo es un gordo bueno, grandote, de anteojos gruesos y sonrisa amable. Sólo que tiene poco para sonreírse. Dedica la vida entera a su trabajo en una cinemateca desprotegida y alicaída, paulatinamente abandonada por los socios y los filántropos, vive con sus padres, y no sabe cómo invitar a una chica que le gusta. Disfruta, eso sí, las tareas que tiene asignadas, incluso un espacio radial, que quizá sus oyentes disfruten algo menos. Siente el orgullo de formar parte de una entidad histórica, pero ha llegado tarde, la historia de la misma ya se termina. Un día se impone la cruel verdad: se le acabó el empleo. Deberá salir al mundo exterior.
Lo bueno es que, después de la amargura, del llanto solitario en un colectivo indiferente, el hombre se rehace, y, sin decirnos nada, decide ser «el héroe de su propia película». De esa forma, en rápida evolución, en un lugar nuevo para él, enfrenta a un nuevo público, lo envuelve con inesperada habilidad (y con un tramposo elogio de la mentira escrito por Mark Twain, especial para abogados), y, maravilla de las maravillas, con mucha seguridad en sí mismo logra una cita de la chica. Y eso no es todo, aún falta lo mejor.
Da risa y ternura el personaje, causa respeto y nostalgia esa gente abocada a funciones que otrora tuvieron mayor peso, y resulta simpático el homenaje que les brinda el autor de la obra. Coherentemente, dicho homenaje se hace con fotografía en blanco y negro y pantalla cuadrada como las de antes (algo rarísimo de ver en estos tiempos), con un particular trabajo de la banda sonora, el auténtico director de la verdadera y prestigiosa Cinemateca Uruguaya, don Manuel Martínez Carril, como jefe de nuestro héroe, y una antológica escena de baile por las escaleras de un edificio público. Pero antológica, no por maravillosa, sino por el regocijo que nos transmite el protagonista, Jorge Jellinek. Que no es actor, pero ya se ha ganado un premio como tal, ni es bailarín, pero sube, baja y da sus pasos con inesperada gracia. En verdad, es un crítico de cine.
Algunos espectadores envueltos en los sofismas de la cinefilia disfrutarán especialmente todas las posibilidades de interpretación que la obra de Federico Veiroj permite. Acá tiene para entretenerse a gusto. Los que simplemente aman el cine, disfrutarán también, sin tanto trabajo. Lo mismo, quienes reconozcan en los padecimientos del pobre gordo los suyos propios, y en el desenlace, su propia ilusión, esa ilusión que siempre buscamos en el cine, cualquiera sea nuestro oficio. Autor,