Este filme es un prodigio en la utilización de la cámara, y sobre todo del montaje. Claro que en el cruzamiento de formas narrativas sin solución de continuidad y sin producir saltos molestos, sino más bien deslizándose entre una y otra, es que reside su seducción porque su historia es demasiado pequeña para las más de dos horas de proyección.
A partir de alli la construcción de la misma se vislumbra como algo enredado y desmesurado. Pura acción y violencia extrema. Simultáneamente la anécdota mínima aparece como algo ya híper visto y en realidad huele (durante toda la proyección) a la deuda que este filme tendría, desde lo narrado, con aquella maravilla que es “Nikita” (1990) de Luc Besson, aunque también no se puede soslayar cierto emparentamiento con “Kill Bill” (2003) de Quentin Tarantino.
La película abre con la matanza de una infinidad de sujetos, mostrado todo en un gran plano secuencia de diez minutos con cámara subjetiva, emulando la estética de un video juego, haciendo emerger al espectador como el propulsor de semejante matanza. Luego un quiebre, un plano de un espejo que nos devuelve la imagen de la verdadera hacedora de tanta sangre vertida y mostrada.
El recurso utilizado deriva en un filme de acción más acorde a lo cinematográfico, sin antes establecer algo de la estética y lenguaje del comic, huida y persecución incluida, para terminar en estética de video clip, todo sin que se nos explique nada, no hay un nudo de conflicto, sólo acción pura, aspecto en el cual el director se muestra como un especialista.
La historia se centra en Sook-Hee, quien ha sido criada para convertirse en una asesina perfecta, sin piedad ni empatia.
Cuando es tomada prisionera queda bajo la estricta vigilancia de Madame Kwon, la jefa del servicio de información de Corea del Sur, que la convence de ser una agente encubierta, lo que se promueve como una segunda oportunidad para la joven. …"Danos diez años de tu vida y tendrás tu libertad"….
Su nueva identidad es Chae Yeon-Soo, reaparece como una actriz de teatro de 27 años. Con la promesa de una libertad completa a cambio de servir a su país durante diez años, Sook-Hee emprende una nueva vida. Para esta mujer que ha vivido como asesina llevar una existencia normal no resulta una tarea sencilla.
Las vueltas de tuerca que se intentan dar al relato sólo confunden. Hay una mezcla del pasado (que se le hace presente cuando dos hombres entran en su vida) con secretos aún más recónditos que serán revelados sólo para justificar que la primera secuencia en realidad era una venganza personal, y lo que era una prueba del gobierno con un personaje se convierte en una factoría industrial, para nada artesanal como sucedía en Nikita.
Si no aburre es por la adrenalina que genera desde lo visual, apoyado en la banda de sonido que da con los climas que requieren las imágenes y las actuaciones, claro, pero no mucho más.
Una galería de espejitos de colores muy ensangrentados, muy bien mostrados, pero con la tecnología puesta al servicio de los mismos, no de la historia.