Al desnudo
Desde las primeras secuencias de esta ópera prima de Mauricio López Fernández, somos testigos de encuadres claustrofóbicos que muestran un caserón en alguna parte de Chile, un acontecimiento funerario y un silencio algo engañoso, con sonidos afilados que interrumpen la -aparente- quietud. La ruptura, la visita, aparece como el tópico central, no sólo del título, sino de la película, pero la fuerza del film también reside en cómo esa presencia va desnudando una casa donde el equilibrio parece siempre a punto de estallar. De esas tensiones permanentes se alimenta este relato del cual somos testigos forzados, con una cámara que en lugar de elegir un punto de vista decide mostrar cómo la cotidianeidad inicial se va resquebrajando.
En La visita, una chica trans (Elena) acude al funeral de la muerte de su padre, un ex militar a juzgar por las investiduras, en la casa donde ha trabajado toda la vida su madre, Coya, que es la ama de llaves. Sabemos por las expresiones, por las voces por lo bajo (“¿es Felipe?”, dice Teresa, la dueña de la casa), que así como la visita es inesperada tampoco saben del cambio respecto al Felipe que recordaban. Por lo bajo, también se manifiesta el rechazo inmediato (“con los niños no”) y ya observamos cómo la mirada del director nos muestra una intolerancia naturalizada, pero también una intolerancia donde a menudo el silencio es peor que las palabras.
Esto, que inevitablemente suena a frase hecha, también atraviesa al núcleo familiar que nos dibuja la película: la abuela encerrada arriba debe ser alejada de los niños y se encuentra prácticamente fuera de campo; las supuestas infidelidades que sufre y la frustración de Teresa -astutamente trabajada con sonido en off, en una secuencia que la vemos arrojada sobre la cama con jaquecas-; Santiago, el hijo del matrimonio, es un espectador ignorado; y la casa aparentemente silenciosa es también un lugar amenazante para la curiosidad de los niños. La tensión entre lo que se pretende invisibilizar y aquello que se muestra es una constante que le da al relato por momentos un aura de suspenso y oscuridad.
El narrador testigo que sobrevuela el film resulta por momentos un tanto desconcertante: el punto de vista no fluye de una forma natural, sobre todo cuando apunta a contar los conflictos de Elena y Santiago. Es el detalle puesto sobre estas secuencias, que también son el corazón de la película -paradójicamente- lo que nos puede llevar a cuestionar su estructura. Si el film logra reponerse a este cuestionamiento no es sólo por la capacidad actoral, sino también porque evita las salidas fáciles o efectistas. Incluso permite que olvidemos alguna secuencia irregular, como aquella en la que unos enfermeros se ríen por lo bajo de Elena. El problema está en la ejecución: parece salido de alguna publicidad panfletaria sobre la tolerancia y está lejos del tono de la película donde el mensaje fluye con los personajes; aquí parece haber un dedo acusador que subraya al poner el detalle en los enfermeros y alejarse del personaje de Elena.
En todo caso, La visita es un film oscuro que desde sus aparentes silencios y sospechas entrega un retrato de la clase alta descarnado, sin perder de vista ni acudir a salidas fáciles para hablar de la aceptación y la tolerancia, más allá de algún subrayado que queda un tanto descolocado en el relato.