Me gusta ser varón
Una coproducción con Chile que aborda con más hallazgos que traspiés el tema de la identidad de género y las diferencias de clase.
El director se basó en su multipremiado corto homónimo de 2010 para una ópera prima que tiene algunas zonas muy logradas y otras que resultan, en cambio, una sucesión de situaciones y personajes forzados (en este caso, la mirada a la clase aristocrática en decadencia en la línea del cine de María Luisa Bemberg y Lucrecia Martel).
Sin embargo, hay en el corazón del film un mundo que resulta provocador e interesante y que tiene que ver con la hija de la empleada doméstica, que llega para el funeral de su padre convertido en… un hombre. La mezcla de vergüenza, incomodidad, represión, culpa y prejuicios que desencadena su presencia en el resto de los personajes (especialmente en su madre) le insuflan al film de un aire inquietante y fascinante.
Más allá de algunas sobreactuaciones más cerca de un estilo teatral (como por momentos la de la argentina Claudia Cantero) y de sus desniveles, la película tiene su interés y un cuidado trabajo de fotografía y sonido a cargo de los talentosos Diego Poleri y Guido Beremblum, respectivamente.