Un hogar hermético, reglas internas inquebrantables, una visita que llega para desacomodar todo. La ópera prima del chileno Mauricio López Fernández nos hará acordar de inmediato a cierto cine proveniente de aquel Nuevo Cine Argentino de comienzos del Siglo XXI, en su modo de expresar aquello que no se quiere decir.
Felipe debe regresar al hogar en el que su madre Coya (Rosa Ramirez) trabaja desde hace años como ama de llaves tras la muerte de su padre. Esa casa, perteneciente a una familia acaudalada, que esconde varios secretos que todos prefieren callar.
Simulan, la familia pasa malos momentos, hay un quiebre en el matrimonio central, una mujer mayor que se lamenta, y los niños que practican el libre albedrío. Pero desde el exterior pareciera que todo está bien, o sigue igual que antes.
Será necesario el arribo de Felipe para empezar a cambiar el cuadro de situación. ¿Y por qué su presencia resulta tan disruptiva? Felipe regresa como Elena (Daniela Vega), transexual.
El mayor acierto de López Fernández estará en el lugar en el que decide focalizar la situación. no hay dudas sobre la sexualidad de Elena, ella es la más segura de todo el conjunto. El foco está puesto en la mirada ajena, en cierta hipocresía.
El mundo de La Visita parece ser un mundo femenino, pero que necesita del hombre para existir. Su madre Coya se resiste ver a Felipe como Elena y crea entre ellas un vínculo tenso de violencia próxima. El resto, una familia que no es la suya, esconde, utiliza la presencia para desviar la atención sobre lo que realmente sucede.
Hay un esquema familiar a romper, en donde el hombre es el que domina, el que provee, y su ausencia puede desequilibrar ese orden. Cada miembro lo vive a su manera; y otro acierto del realizador es centrarse también en la mirada “inocente” de los niños, quizás los únicos conscientes de lo que sucede alrededor de esa familia encorsetada.
La visita se inclina por los silencios, como una muestra del núcleo que cuesta quebrar, en donde es mejor silenciar que verbalizar. La calma y la tensión se conjugan de modo simultáneo y se confunde, como si detrás de la pausa en la que viven se avecinara un vendaval que nunca termina de llegar.
Los ritmos no necesitan de apurarse y el clima se construye de apoco, plano a plano, con una acertada fotografía que transmite una extraña serenidad.
El conjunto interpretativo también transita la misma línea, se destaca Daniela Vega haciendo pasar todo tipo de emociones por su cuerpo, con gestos mínimos, sin necesidad de sobre exponerse.
López Fernández creo una obra que traspasa la temática de cine LGTB, se anima a hablar del quebrantamiento de los tradicionalismos, de las relaciones de clases, y de la necesidad de una figura diferente para movilizar el avispero.
Todo esto con una solvencia narrativa, un manejo de la imagen, y una tonalidad de climas, llamativo para una ópera prima. Hablamos de un film que no debería pasar desapercibido.