El relato iniciático de un adolescente
La mayor parte de los críticos coincidieron en establecer un paralelo entre el protagonista, de trece años y el inolvidable antihéroe Antoine Doinel, de la saga que abre Los cuatrocientos golpes, del francés Francois Truffaut.
Nominada para el premio Oscar en el rubro mejor film extranjero, y con sólo una semana de permanencia en los cines de Capital Federal, se ha conocido en estos días en nuestra ciudad esta atípica realización del director belga Felix Van Groeningen, para nosotros particularmente desconocido pese a que cuenta ya con una trayectoria considerable, que nos acerca a otra visión de lo que nosotros concebimos de lo que se ha dado en llamar y reconocer "primer mundo".
En el momento de su estreno, y en los pocos días en que mereció numerosos premios internacionales tras su presentación en muestras y festivales, la mayor parte de los críticos coincidieron en establecer un paralelo entre su protagonista, un adolescente de trece años, que se va asomando desde la mirada desde el mismo personaje, ya adulto, volcado a la escritura de una novela autobiográfica, que se mueve en un mundo familiar que permanece indiferente ante sus inquietudes, que no contempla sus temores, sus deseos; un personaje tal como lo experimentaba y lo padecía el ya inolvidable antihéroe Antoine Doinel, entrañable criatura de la saga que abre Los cuatrocientos golpes, de la mano del siempre recordado Francois Truffaut.
Si seguimos de cerca a nuestro personaje, lo vemos en medio de un pueblo de provincia (el film de Truffaut, urbano), ligado a un mundo semi?marginal, viviendo junto a su padre semidesocupado, abandonado a la suerte de una vida entre el ocio parasitario de sus tres tíos que ven pasar sus horas entre vasos de cerveza y lanzados desnudos a las carreras de ciclismo. Junto a su padre, en ese ambiente, respirará violencia, la que se ejercita en el propio ámbito escolar, la que lo llevará a vivir situaciones dramáticas que lo colocarán frente a figuras institucionales y asistentes sociales. Como acontecía, en algunos aspectos, en el film de Francois Truffaut.
Ambientada en los años 80, en un clima en el que los hermanos sí se gratifican escuchando al sensible y admirado Roy Orbison, el joven de trece años, no obstante, sentirá en la figura de su abuela ese espacio de protección que los otros le niegan. Sí, en cambio, su mirada, se posará, sobre una joven prima, que un día llegará a ese lugar.
Su educación sentimental estará marcada por sobresaltos. Entre el rechazo y el diálogo que le brindan los de la del Servicio de Protección Social (recordemos ese antológico momento en el que Antoine Doinel es entrevistado por un personaje similar), aunque en el film que hoy comentamos el clima que se respira no está matizado por lo que el cine le permitía a Antoine Doinel, desde lo lúdico y lo creativo, junto a un amigo.
Van Groeningen logra transmitirnos ese sentimiento de orfandad que experimentan tantos niños, desde el Neorrealismo hasta la Nouvelle Vague, alcanzando a tantos directores de los nuevos cines de la cinematografía latinoamericana e iraní, alejados del exitismo de la idea de niños prodigios, triunfalistas, que tanto gustan a la industria. Sentimiento de orfandad que este film transmite desde esa vivencia dolorosa que surge desde esa primera persona que, mirándonos, nos acerca ese retazo, ese fragmento de su propia vida. Y que encontrará en el acto de la escritura y en la llegada de su propio hijo la reconciliación con su propio pasado.