Neil Jordan suele ser un cineasta inclasificable, cuya nutrida filmografía ofrece una variedad de tonos, géneros y registros abordados. Con suma habilidad para abordar de modo frecuente universos oníricos (“In Dreams”, 1999), el realizador de “El Juego de las Lágrimas” (1992) y “Entrevista con un Vampiro” (1994) apuesta, en esta ocasión, a la fórmula genérica del thriller psicológico el fin de acometer su nueva aventura cinematográfica, titulada “Greta” y entendida como una exploración traumática de la psiquis femenina.
Luego de un destacado acercamiento al cine policial con “El Buen Ladrón” (2002) -un estilizado remake de “Bob le Flambeur” (1955), de Jean-Pierre Melville-, y un distintivo abordaje de los mundos marginales bajo una estética glam en “Desayuno en Plutón” (2005), la última incursión de valía en la gran pantalla databa de más de una década, “The Brave One” (2007), junto a Jodie Foster, en una suerte de síntesis de su cosmovisión autoral. Curiosamente, una docena de años después de la citada película, el talento y la inventiva del director irlandés parece haberse esfumado completamente.
El visionado de una película como “Greta” no arroja ni el más mínimo rastro de la sapiencia y la experiencia que el cinéfilo espectador podría esperar de un cineasta laureado con un Premio Oscar y triunfante en Venecia (Michael Collins, 1996) y Berlín (The Butcher Boy, 1997). Agotado en sus ideas creativas, este otrora sólido guionista concibe en “Greta” el film más pobre de toda su trayectoria. Apelando a la fórmula más banal del cine de género, esta irrisoria propuesta enmarcada en el suspenso psicológico atrasa décadas al tiempo que contamina su recorrido de pésimas decisiones narrativas, factores que lo convierten casi en una propuesta clase b.
El cine acerca de psicópatas y acosadores es una de las vertientes que Hollywood y el cine comercial han abordado hasta el cansancio. A lo largo de las últimas décadas, destacados títulos como “Atracción fatal” (Adrian Lyne, 1987), “El inquilino” ( John Schlesinger , 1990), “La mano que mece la cuna” “Curtis Hanson, 1992), “Falsa seducción” ( Jonathan Kaplan, 1992) y “El fanático” (Tony Scott, 1996) se ciñeron a este esquema. “Greta” pretende aplicar la regla, pero lo hace de modo deficiente. Como si no bastara, su coqueteo con el humor negro y bizarro no hace más que parodiar un verosímil maltratado por el mal tino de una trama sin sustento ni credibilidad alguna.
Indigno de su palmarés profesional, Jordan dilapida el respetado status de dos estrellas de fuste internacional. Reservarle al bueno de Stephen Rea (y que éste aceptase el convite, más un favor disfrazado) un ínfimo rol disminuido en la vacuidad del argumento es faltarle el respeto al legado de un actor fetiche de su obra, que dejara su distintiva marca en recordadas incursiones del autor irlandés. No menos significativo resulta el protagónico otorgado a Isabelle Huppert, eje absoluto a través del cual gira una trama que, a medida que se desarrolla, adquiere ribetes de grandiosa ridiculez.
Cuesta imaginar saber que llevó a la distinguida actriz francesa a aceptar semejante despropósito actoral. La refinada intérprete que supiera brillar a las órdenes de Claude Chabrol para engalanar su filmografía con títulos provenientes del mejor cine de autor europeo sucumbe a la tentación de interpretar a esta viuda pianista que torturará y hostigará a la dulce e ingenua adolescente, como ¿paliativo? de su pérdida sentimental. Como un reverso perfecto del inmediatamente anterior y desafiante rol que le valiera un Premio Oscar hace un par de años (“Elle”, de Paul Verhoven), cuesta encontrar un abismo cualitativo de similares proporciones en la historia del cine contemporáneo.
Carente de lógica argumental y exhibiendo escaso timing para provocar auténtica expectativa, Jordan pretende desnudar la raíz obsesiva de un vínculo símil materno-filial paroxístico, como pasaporte a desentrañar los perversos motivos de un ser deteriorado mentalmente, incapaz de lidiar con su soledad. No obstante, su ingravidez e incongruencia resulta preocupante.