Lucha sin género.
La directora Mimi Leder se caracteriza por tener un currículum tal vez demasiado variopinto, que va desde El pacificador (The Peacemarker, 1997) hasta Cadena de favores (Pay It Forward, 2000), pasando por Impacto profundo (Deep Impact, 1988) y un sinfín de series televisivas en el Siglo XXI. Así las cosas, se pone al frente de la biopic de una de las mujeres más relevantes de la sociedad norteamericana de las últimos décadas: la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsberg. La voz de la igualdad nos cuenta los inicios de la mujer en su incansable lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, poniendo el acento en su primer gran caso.
Felicity Jones es la encargada de ponerle el cuerpo a Ginsberg, una actriz acostumbrada a la tarea de interpretar mujeres de armas tomar, tanto en sentido literal como figurado, como supimos apreciar en el pasado con sus roles en La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014) y Star Wars: Rogue One (2016). Jones cumple con lo suyo mientras se encuentra bien secundada por intérpretes de la talla de Armie Hammer, Justin Theroux y Kathy Bates.
A pesar de ser considerado en los últimos años como uno de los guiones originales más ansiados por los grandes estudios, integrante de la famosa “blacklist” hollywoodense, podemos decir que entrega una historia bastante convencional. En los papeles es una biopic correcta, tiene todo lo reglamentariamente necesario y hace lo imposible por sostener en alto la imagen impoluta de la verdadera Ruth Ginsberg, con un retrato que le hace justicia, pero por momentos parece incapaz de captar por completo la grandeza de una mujer cuya lucha marcó el puntapié inicial de un movimiento que fue clave en la lucha por la igualdad entre géneros, y logró romper más de un paradigma socio-cultural de los Estados Unidos.
El relato sigue el recorrido clásico, desde los orígenes hasta la actualidad, pasando por todos y cada uno de los traspiés que fueron conformando la personalidad de nuestro sujeto de estudio. El eje central temático del film (lograr que la corte suprema reconozca una deducción impositiva a hombres solteros que tienen que afrontar el cuidado de familiares, cuando esa tarea era considerada históricamente potestad del sexo femenino) se estructura casi como cualquier film de acción o de deportes: Una gran preparación, todas la apuestas en contra, un inicio problemático y una resolución inesperadamente favorable.
Tras tanto tecnicismo, tanta batalla legal, tantos alegatos y exposiciones a favor y en contra, la resolución del acto final se queda sin punch. Como si la película alcanzase la línea de llegada sin energía restante, la resolución se apresura un poco, impidiendo que el espectador tome real dimensión sobre lo acontecido. La oportunidad de plasmar en pantalla grande una épica memorable se escurre entre los dedos de Leder, y lo que nos queda es una biopic correcta como tantas… pero no mucho más.