Todo es invención: la democracia, los géneros, los dioses, los derechos; todo lo que es del orden de la vida humana refiere a un azar que puede constituirse en hábito, luego costumbre, después cultura, finalmente ideología.
Con el tiempo, se instituyeron principios e ideales, uno de ellos la igualdad, otro, la libertad. Del siglo XIX a la actualidad, la primitiva fijación de someter toda una civilización a la supremacía del macho empezó a debilitarse. El indetenible proceso de desmasculinización está en marcha.
La historia de Ruth Bader Ginsburg, ilustre abogada dedicada a los derechos civiles en Estados Unidos, pertenece a ese giro multicultural que hoy es parte de un clima de época. Este biopic o hagiografía secular sobre Ginsburg no disimula su vocación didáctica.
Ya en el inicio, cuando Ginsburg asiste a su primera clase en Harvard, Mimi Leder amontona hombres de trajes que ocupan el plano, como si se tratara de un ejército de machos alfa, e introduce la excepción: los tacos de una mujer que desentonan con los zapatos de las bestias. Para reforzar el sentido, la musicalización elegida es una marcha militar. Este es un mundo que empieza a desvanecerse, he aquí una fecha clave.
El relato comienza en los 1950, pero se establece en la de 1970 y se apoya principalmente en un caso que puede sumar jurisprudencia. Ginsburg defendió a un hombre soltero que pedía una deducción de impuestos como beneficio legítimo debido a que tenía que ocuparse de su madre convaleciente. La inteligencia de Ginsburg fue ver allí un caso por discriminación de género, de lo que se podía predicar una cantidad de otros casos, aunque ligados a las mujeres. Si bien La voz de la igualdad añade algunos temas secundarios (la relación de Ginsburg con su marido, un abogado exitoso que sobrevivió al cáncer de próstata, y la relación con sus hijos), todo el esfuerzo narrativo se dirige al juicio y, en especial, a la defensa en cuatro minutos de Ginsburg frente a tres miembros de la corte convencidos del eterno orden natural (y machista) del mundo.
Más allá de algunos encuadres vistosos, un trabajo férreo sobre los momentos de argumentación judicial y alguna que otra interpretación (de los intérpretes secundarios), el filme de Leder se atiene a su legítima misión evangelizadora y subsume su estética a ese objetivo. Los matices se suspenden, también la ambigüedad; Ginsburg es aquí una heroína sin otra característica (loable, sin duda) aparte de esta: razonar y cuestionar cualquier “verdad” evidente. Lo mismo sucede con el resto de los personajes. Un solo rasgo los define; es casi como un cómic: están los buenos y los malos.
La lucha microfísica de los derechos reside en la presunta intemporalidad de la ley, y esta se modifica en la acumulación de casos. Esto está implícito en la forma de enseñanza. Desde el inicio del filme, los estudiantes siguen una tradición en la que se aprende a través de casos. Las grandes estructuras jurídicas se horadan frente al caso que demuestra la injustica. Es por eso que el edificio de la ley trastabilla ante la jurisprudencia. De allí en más, es cuestión de tiempo.