CRUCE DE PARALELAS
La voz del silencio es una película coral que comparte varios elementos con Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson, una joya cinematográfica que prácticamente cerró el Siglo XX. Pero las semejanzas con el film de Anderson no se quedan en que es coral (un formato riesgoso y ambicioso que pocos directores han sabido dominar con destreza y que data de finales del ´30), sino también en la inminencia de un evento extraordinario. Mientras que en Magnolia era una lluvia de sapos aquí es un acontecimiento astronómico, la luna roja. Pero las semejanzas se terminan ahí, La voz del silencio es un film más desprolijo e irregular cuyas expectativas van degradándose progresivamente hasta quedar en muy poco, asemejándose más a bodrios como Vidas cruzadas, de Paul Haggis, que a la genialidad de Anderson. Esto es desafortunado, en particular porque el escenario de San Pablo, esa mole gris que pinta el director brasileño Andre Ristum, es tan desolador como expresivo y se merecía una historia de este cariz.
Como es de esperar de una película coral La voz del silencio entrelaza varias historias. El hogar de una madre negada y con trastornos psiquiátricos junto a su hija que trabaja en un cabaret y aspira a ser cantante algún día, un anciano solitario que se encuentra al borde de la muerte, una madre soltera que cría a su hijo mientras intenta salir airosa en su trabajo, un empresario que se evade de una tragedia a través del sexo y el acoso, un laburante que busca sostener dos trabajos y al mismo tiempo cumplir el sueño de terminar una carrera y un telemarketer que se encuentra atravesando una crisis laboral y personal que lo confronta con su pasado. Si leyeron esto se darán cuenta que La voz del silencio derrama tsunamis de drama con sólo leer el conjunto de partes involucradas en la historia.
El título da el hilo para comprender la temática que entrelaza estas historias: la falta de comunicación, la angustia y la falta de empatía en las grandes ciudades. El problema es que la temática termina devorándose a los personajes y al mismo escenario de la ciudad, dejando apenas un mapa fracturado de escenarios sin personajes definidos. Lo que es peor, el film padece de elementos ridículamente forzados para poder hacer que estas historias colisionen y se encuentren: los casos más resonantes implican la pérdida de un chico y un asalto a un restaurante tras una confrontación en los minutos previos. El montaje favorece esta noción de narración fracturada, apostando frecuentemente a momentos aislados con los cuales el espectador arma el rompecabezas en su cabeza, en particular en la introducción. Esto es astuto e intrigante pero una vez que se arma el rompecabezas y llegamos al final de las historias, lo que vemos está lejos de ser interesante.
En síntesis La voz del silencio tiene algunos elementos interesantes, la uniformidad del reparto tiene talento en figuras como los argentinos Marina Glezer y Ricardo Merkin, además del trabajo notable de los brasileños Marieta Severo o Claudio Jaborandy. La mirada sobre San Pablo entrega algunas imágenes notables entre los embotellamientos asfixiantes. Sin embargo, la ambición le pesa como un lastre narrativo que lleva al film a ser apenas regular y olvidable.