André Ristum es un realizador brasileño que presenta aquí su tercer largometraje de ficción. Hoy, con 45 años, acumula también la experiencia de haber trabajado en su juventud como ayudante de Bernardo Bertolucci y Rob Cohen.
“La voz del silencio” es sin duda un proyecto de corte autoral e independiente pero con claras pretensiones estéticas con lo que podríamos ligarlo en ciertas búsquedas formales a directores como Robert Altman en su relato coral “Short cuts” (1993) o al mismísimo Paul Thomas Anderson por su magistral filme “Magnolia” (2000).
Por un lado retoma la forma de historias paralelas que en esos años estallaron en la narrativa fílmica. Y en Latinoamérica su exponente clave había sido el brillante guionista Guillermo Arriaga junto al primer Iñarritu (el mexicano puro) en filmes como “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”.
Para abrir la coreografía de varias tramas y múltiples personajes el cuadro disparador de este relato coral es un fenómeno astronómico “el eclipse lunar”. Sabemos que eso sucede cuando la tierra se interpone entre el sol y la luna generando un cono de sombra sobre la tierra y muchas veces una suerte de luz rojiza que tiñe el astro terrestre.
Dicen quienes de astrología saben más que lo que una revista de predicciones narra, que estos fenómenos afectan el comportamiento de los hombres así como los mismos griegos creían en ese poder de los astros sobre la vida en la tierra.
Es así que a partir del eclipse que envuelve el cielo de toda la ciudad de San Pablo se presagia el drama de todos los que allí viven afectados a otras fuerzas mayores que las de su propia voluntad. Y entramos en la vida de los protagonistas de varias historias que se abren en principio sin aparente conexión, hasta la resolución final de toda la trama coral que los conecta en una misma unidad narrativa.
Pero más allá de los diversos personajes que hacen a cada una de las mini historias, la protagonista radical es la ciudad, esa San Pablo incómoda y hasta carente de belleza como es que el filme elije exhibirla. Esa jungla de cemento y soledad, de la vida en el anonimato de la urbe, de la incomunicación en la era de la comunicación tecnológica, más aún cuando el filme no usa más que la tv y la radio dejando afuera el universo de la comunicación virtual más contemporáneo.
Las historias de los nueve habitantes de este relato están dominadas por el aislamiento, y en especial por las carencias tanto afectivas como, ante todo, materiales. El desempleo y las temáticas de la crisis coyuntural de este país hoy para el habitante medio urbano son el tema reincidente del filme. Sobrevivir es un poco el eje de acción de los personajes en las historias, supervivientes emocionales, sobrevivientes materiales. La subsistencia le gana a otras prioridades, esas que se ahogan en las crisis más personales de cada sujeto en cada historia.
Los resultantes dramáticos de las mismas son desparejos, o por poco profundos o por contener golpes de efecto innecesarios. Y la película deja una factura inquietante en su clima y su propuesta formal de largos planos secuencia y esa luz extraña que domina la fuerza del eclipse.
Por Victoria Leven
@levenvictoria