Un muro de silencio
Posiblemente este sea uno de esos casos en que el relato supera ampliamente a la construcción del texto fílmico, si bien la idea no va en detrimento de las formas en relación al contenido que se narra de una historia basada en hechos reales.
Por supuesto que, licencias literarias o cinematográficas aparte, sirven para que el desarrollo del mismo tenga una cadencia que hace más fácil, decir disfrutable sería casi una contradicción, verla.
Por ello la historia de amor, la veta romántica que se instala como trama secundaria, ayuda a la progresión dramática al mismo tiempo que permite que la trama principal se distienda, un poco, sólo un poco.
La traducción original del titulo es “Laberinto de silencios”, que en realidad se ajusta mejor a lo narrado. Es la lucha de un hombre por descubrir una verdad, la verdad de algo que existió y no se nombra.
Pues entonces nos enfrentamos al derrotero de un fiscal, (en la historia real fueron tres), que en 1958, en la ciudad de Frankfurt, y a partir de un hecho casi fortuito, comienza a investigar la conducta que tuvieron cierta cantidad de “ahora” ciudadanos alemanes comunes y corrientes, antes miembros de las SS alemanas en el campo de exterminio nazi de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial.
En plena recuperación, dentro de lo que se conoció como el milagro económico alemán, Johann Radmann (Alexander Fehling) es nombrado fiscal del Estado, pero como debe pagar el “derecho de piso” le asignan encargarse de las infracciones de transito.
El reportero Thomas Gnielka (André Szymanski) llega al edificio del juzgado pues ha identificado a un ex guardia SS de Auschwitz cumpliendo tareas docentes en una escuela pública, pero nadie de la justicia responde al reclamo del periodista.
Sólo Johann recoge el guante, desconociendo que había sido realmente Auschwitz. En contraposición de su superior inmediato, pero con la anuencia del fiscal general Fritz Bauer (Gert Voss), que lo apañaría en su investigación, se enfrentará a una red de represión, silencio, negación, censura y mentiras.
En el transcurso de la investigación el joven fiscal chocara con un sinfín de obstáculos, algunos sociales, otros de su propia historia, todos reconocibles.
Posiblemente lo más destacable en cuanto a idea estética sean las escenas de declaración de los sobrevivientes, sus dichos, en un silencio que se puede cortar con un hacha, harán efecto inmediato, y sólo se nos muestran reflejados en los rostros de los encargados del registro de las declaraciones. Sustentado esto por las muy buenas actuaciones del elenco completo.
En relación al manejo de la luz, el color está en el orden de la empatia con la delineación de la dirección de arte, cuyo mayor logro se instala en la recreación de la época, tanto desde la escenografía como en el diseño de vestuario.
Algo de las ideas de la famosa escuela de filosofía de Frankfurt se transpira en el texto, la idea de la teoría crítica de la escuela es la discusión primordial e ideológica de la importancia sobre las condiciones sociales e históricas en las que ocurre concurren en la construcción de un todo, hechos y teorías.
Durante el transcurso de la proyección se hacían presentes en mi memoria dos textos: uno, el de Hannah Arendt, “La banalidad del mal”, escrito por la filosofa durante el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann, realizado en Israel, contemporáneamente a la investigación que transcurre en Alemania. El segundo, la conferencia de Theodor Adorno, “La educación después de Auschwitz”, en el que entre otras cosas planteaba la prerrogativa ¿educar para que?, incitando que lo sucedido no se vuelva a repetir, al establecer la idea a partir de la educación primaria.
Las consecuencias de los actos del fiscal de manera explicita hicieron historia en la justicia alemana, otras, un poco más sutiles, no nombradas en el filme, dieron pie al reclamo estudiantil para que el tema del holocausto se incorpore a la currícula escolar.
Por otro lado, el recorrido del relato y cualquier semejanza o punto de contacto, (tanto desde muchos diálogos como ciertos sucesos) con la realidad argentina corre por cuenta del espectador.