Un laberinto de espejos
Casi 20 años después de la liberación de Auschwitz, predomina el silencio sobre los crímenes cometidos por los nazis. En aquellos años, “Auschwitz” era una palabra que algunas personas nunca habían oído y otras querían olvidar. “Que un fiscal alemán no sepa lo que ha sucedido en Auschwitz, es una desgracia” le dice el periodista Thomas Gnielka al joven fiscal Johann Radmann. Sólo el fiscal general Fritz Bauer alienta la curiosidad del joven fiscal. Radmann y Gnielka encuentran documentos que los llevan a desenmascarar a los culpables. A pesar de todas las piedras que le ponen en el camino, el joven se entrega completamente a esta nueva tarea y está determinado a descubrir lo que realmente sucedió. Pese a todos los enfrentamientos que esto implica, decide seguir en busca de la verdad, algo que cambiará la historia alemana para siempre. Este film basado en hechos históricos detalla de manera sorprendente cómo se realizó el primer proceso judicial alemán contra miembros de las SS que sirvieron en Auschwitz.
Cómo hacer un recorte dramático de la realidad siempre implica una problemática, una serie de preguntas: cuánto ceñirse a los hechos “tal cual sucedieron”, cuánto resumir, cuánto y cómo inventar, cómo dar al espectador la información que necesita para comprender la historia sin que éste sienta que simplemente se le están “explicando” cosas, etc. Ricciarelli recurre, para contar esta historia, al modelo clásico tanto desde la estructura dramática como desde la puesta en escena, logrando un buen manejo del relato al apoyarse en el recorrido emocional del fiscal Radmann.
La reconstrucción de la época es notable, no sólo a nivel estético y de realización de arte y vestuario (algo que disfrutarán aquellos que encuentren una belleza particular en ese momento) sino por cómo logra captar el espíritu y la idiosincrasia de la Alemania de fines de los 50s y principios de los 60s: con una mirada crítica que no cae en una dicotomía de buenos y malos, que no simplifica. Para esto son esenciales los personajes secundarios, creados e interpretados con tanta profundidad como los protagonistas. Quizás es el personaje principal quien se nos hace incomprensible por momentos, sobre todo porque parece no tener una implicancia demasiado personal con la investigación hasta demasiado avanzada la película.
La decisión de dejar las imágenes de Auschwitz fuera de campo (de las cuales hay suficiente documentación como para repartir a lo largo del film, crear una secuencia de montaje, utilizar durante los créditos, etc.) ayuda en la construcción de esa mentalidad, para la cual dichos horrores eran impensables, apenas imaginables. La falta de imágenes de Auschwitz en el film puede ser leída como la falta de memoria de la sociedad de ese momento. Así, Ricciarelli se concentra únicamente en lo que le interesa: qué ha dejado ese pasado y qué hacemos con el. Lo mejor de Laberinto de Mentiras puede ser entonces haber encontrado una nueva arista para analizar el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, tema tratado innumerables veces por el cine y por tantas otras disciplinas artísticas y humanísticas, actualizándolo, renovándolo y demostrando su vigencia.