Este filme podría ser esgrimido para demostrar, una vez más, el deterioro de la cultura, ya que utilizando recursos narrativos consagrados, probando su eficacia en infinidad de películas, “Ladrona de identidades” se constituye en uno de las peores producciones en lo que va del año, ¿de lo que va del siglo también?
Sólo es rescatable la composición y conjugación de los personajes, apoyándose en la actuación de Jason Bateman, en buena interacción química con Melissa McCarthy, sobre todo por poner en juego esa clásica unión de los opuestos.
Sin intención alguna de comparación, se podría decir que el registro de Bateman esta en el orden de la escuela de actuación en comedia de Buster Keaton, por momentos pétreo, por momentos anodino, a su lado McCarthy se descubre, pues aquí el texto no se lo permite hace que cruce constantemente la línea del buen gusto hacia lo vulgar, lo mismo que le sucedía con “Damas en guerra” (2011), como una gran actriz de comedia (en todo sentido) realmente desperdiciada.
Ella hace un uso primordial de su cuerpo, del registro de emociones y estados de ánimo en su rostro, nuevamente sin propósitos de comparar, un humor más físico como los inicios de Charles Chaplin, sabiendo que esta diferenciación entre Keaton y Chaplin es de un reduccionismo atroz, sólo dicho en pos de lo explicativo, fuera del orden de lo real.
No sólo el enfrentamiento de estilos sino también de personajes así diseñados, viene a la mente rápidamente “Extraña pareja” (1968) escrita por Neil Simon, quien recuerda que la dirigió Gene Saks, esto dicho con toda la intencionalidad de hacer hincapié en la importancia de contar con un guión inteligente como prioritario en este género.
“Ladrona de identidades” no es ni original, ni inteligente, ni graciosa, y lo más importante no es creíble, no obstante lo inverosímil de todo el producto.
El disparador de todo, la chispa de la idea, es aplicada por un pequeño detalle: el personaje masculino tiene nombre “unisex”, aclaración que se repite demasiadas veces a lo largo de los extensísimos 111 minutos que dura la proyección.
Sandy Patterson (Jason Bateman) es un característico empleado medio de una gran empresa en Denver, analista de riesgos matemáticos, una labor no muy convencional para la cual es muy competente, pero no reconocido en sus honorarios.
Casado con Trish (Amanda Peet) y en espera de su tercer hijo, se le presenta la oportunidad de cambiar de empresa al mismo tiempo que alguien le falsifica la tarjeta de crédito y hace gastos excesivos.
El robo es perpetrado por la “gorda” Diana (Melissa McCarthy), quien no sólo es una ladrona cibernética, sino que es todo un catalogo de la incorrección, “droga” no sólo consumo, además como distribuidora, “sexo” no sólo casual sino hasta promiscuo, y sin nada de “Rock and Roll”, metida en cuanto acto inmoral, criminal o antiético se le presente.
Aquí empieza el derrumbe total de la producción, empezando por la apertura discriminatoria, la misma “gorda” que se cagaba encima en “Damas en guerra” aquí es la salvaje fuera de control y del sistema que irrumpe en la apacible “way of life” de Sandy.
La policía va en busca del pobre de Sandy, pero se comprueba que no es él, pues alguien en Miami le ha robado su “identidad”, situación por lo que la policía de Denver queda fuera de la jurisdicción ¿?.
Le aconsejan (la misma policía) que haga justicia por mano propia, la vaya a buscar y la traiga a la ciudad para llevarla a juicio, total es una lumpen, gorda, golfa despreciable, o eso intenta el director que sintamos por Diana, mientras Sandy recupera su vida.
De su llegada a Miami, del encuentro con la obesa despreciable, de los imprevistos que transforman la narración en una road movie de persecución, ya que la horrible gorda es buscada por un cartel, no se sabe si de Colombia o de Méjxico, y un cazarrecompensas yankee.
El filme esta plagado de lugares comunes, personajes estereotipados al extremo, exageradamente previsible, y no menos chabacano y vulgar.
De la comedia construida por los opuestos se queda en eso, en los opuestos, pero esto sólo no genera ni una mínima mueca parecida a una sonrisa. Si a todo esto le sumamos un final de historia que intenta justificar al personaje femenino por una infancia pseudo traumática y una línea discursiva moralizante tipo clase media americana, tenemos de frente el deterioro de la cultura.