La idea no es mala: una estafadora profesional “roba” identidades, o más bien utiliza los datos de otras personas para hacerse con dinero y bienes. Un hombre decide recuperar la suya y evitar que el robo siga, con imprevisibles consecuencias. Pues bien, el problema es que les acabamos de mentir: ninguna de las consecuencias es imprevisible sino que se ven venir a kilómetros y la mayor parte de la gracia se reduce a que Sandy es un nombre tanto de hombre como de mujer, lo que pone en ruta a un señor atildado y a una delincuente obesa. Aunque Jason Bateman y Melissa McCarthy son dos buenos (en ocasiones, excelentes) comediantes, aquí todo está mal. En primer lugar, escasea la sangre de la comedia: el timing. A McCarthy se la deja sola con su gordura como si la gordura, por sí misma, fuera graciosa. Y los mensajes aleccionadores que, se supone, justifican que se realicen películas (mal universal, no solo de Hollywood: después de todo, fue invento de Stalin) parecen generados por una máquina aleatoria de aforismos. La nada en pantalla grande.