Risa amarga
En general uno escribe una crítica sobre la última película que le tocó ver, pero para mí hoy este no es el caso. Tuve la oportunidad de ver Ladrona de identidades hace un par de semanas, lo que me dio tiempo para reflexionar sobre ella y de digerirla, porque ciertamente no es una película fácil de tragar. Además, en el medio me sometí a la visión del Metegol de Campanella, que de tan escandalosamente mala se convierte en esclarecedora; su inmenso caudal de fallos es un esquema resumido de lo que los críticos olvidadizos como yo no debemos dejar de observar cuando analizamos un film. Pero concentrémonos en Ladrona de Identidades, que es indudablemente una experiencia más agradable.
El director Seth Gordon venía de realizar la divertida y efectiva Quiero matar a mi jefe, protagonizada por el bueno de Jason Bateman. A esta dupla sumémosle la genial Melissa McCarthy, entonces se podía tranquilamente augurar buenos resultados para Ladrona de identidades. Y sin dudas estamos ante una buena comedia, una buddy movie al revés, una road movie averiada y a veces torpe, pero el adjetivo que mejor la describe es sorprendente. Y sorprende porque Gordon, a pesar de tener todo servido como para apelar a la efectividad que demostró en su anterior film, se embarca en la construcción de dos personajes complejos y con una pesada amargura a cuestas, una búsqueda extraña que por momentos daña a la película, hace que le sobren minutos, o que pierda en ritmo y gracia, pero que sin embargo es mucho más gratificante al final.
Por un lado se nos muestra a Sandy Patterson, un hombre de familia del suburbio, tratando de realizar su sueño americano a base de esfuerzo y honestidad. Es como esos personajes bonachones de Adam Sandler o (a veces) Ben Stiller pero sin chiste definitorio: me refiero a esos chistes que siempre hace Sandler sobre los problemas de ira que tienen sus personajes o a la verborragia llena de divagues y neologismos absurdos a los que suele apelar Stiller. Bateman hace que con Sandy Patterson uno sólo se pueda reír en situación pero nunca es un chiste en sí mismo. Por otro lado tenemos a la Diana de Melissa McCarthy, que como ya sabemos (al menos los que tuvimos la suerte de ver Damas en guerra), es una dama explosiva, siempre extravagante, con un timing maravilloso, capaz de hacer puro humor verbal con diálogos delirantes e incómodos como también de hacernos reír con guarangadas sexuales y escatológicas. La Diana de McCarthy es a grandes rasgos un ser vacio, desequilibrado y roto. Es también una delincuente que hace lo que hace para aplacar su inmensa soledad.
Y a esta altura podemos decir que el director se ve obligado a usar ciertas explosiones humorísticas, ya que la tristeza intrínseca de la historia que va construyendo hace que sea difícil una risa fácil, por lo que intenta durante el metraje atajar una película que corre peligro de convertirse en algo diferente de una comedia lisa y llana. Ejemplo de esto que decíamos es la inclusión de la subtrama del caza-recompensas Skiptracer (Robert Patrick), que tiene como objetivo tan sólo producir un par de buenos chistes, pero que es absolutamente descartable.
De ahí que la premisa de la película (Diana roba la identidad de Sandy, que vive en la otra punta de Estados Unidos, para utilizar sus tarjetas de crédito) es sólo una excusa para poner a los protagonistas en un auto en pos de un viaje larguísimo que los transforme y los complemente, y durante el cual deberán pensarse a sí mismos, contraponiendo el frío conservadurismo patético de Sandy frente al descarado nihilismo hedonista de Diana. Los resultados son risas y verdades durísimas que la película por suerte no suaviza: Sandy es un frío y calculador burócrata disfrazado de honesto políticamente correcto, mientras que Diana es alguien que merece cárcel o psiquiátrico, o ambos.
Y sí, hacia el final ambos personajes han reflexionado e intentan ser de alguna manera mejores. Porque después de todo no hay razón para abrazar gratuitamente la desesperanza.