Dejá de robar de una vez
¿Quién no se molesta cuando a horas (desubicadas) de la noche o el día llaman al teléfono particular o celular para darnos a conocer molestas promociones, encuestas, concursos, etc? El condimento especial es si del otro lado de la línea hay un estafador/a quien, en este caso por la renovación de los datos de un seguro, nos pide que digamos nuestros datos personales.
El director Seth Gordon, que quizás recuerden por Navidad sin los suegros (2008), intentó renovar su paso de comedia cinéfila. Paso, pero en falso en esta Ladrona de identidades que tiene una pata en Sandy Bigelow Patterson (Jason Bateman, quien trabajó con Gordon en Quiero matar a mi jefe), un exitoso hombre de negocios con una familia ejemplar quien tiene una condición irreal: el ser humano más inocente e ingenuo del planeta, el tipo que no se enojará con nada ni con nadie.
La otra pata es Melissa McCarthy (Damas en guerra), lo único destacable del filme, en la piel de Diana, una compradora compulsiva que no puede (¿quiere?) parar de robar, mentir y engañar a sus víctimas. Y además tiene serios problemas con el alcohol y la ley.
La idea de clonar a Sandy Bigelow Patterson y azotar sus tarjetas de crédito/débito es un prometedor disparador de historias disparatadas. Pero luego de los 20 minutos de iniciado el filme, el camino (predecible) del guión, naufraga, por más que tome onda road movie donde el Sandy real conduce miles de kilómetros en búsqueda de su doble quien, tarde o temprano, terminará influyéndolo para pasarse al lado ilegal.
En Ladrona de identidades los chistes no funcionan y el mensaje del dilapidador monetario que tapa carencias y busca llenar su vacío se profundiza recién al final.
Los personajes secundarios son olvidables: los mafiosos latinos, el rústico cazarrecompensas y hasta el grandote Chuck, un obeso donjuán con costumbres voyeurísticas. Lo mejor: los escapes grotescos de McCarthy, su puñetazo a la garganta como arma de defensa. Lo peor: todo lo demás.