Fraude al espectador
Cuesta identificar como comedia a una película cuya trama apenas si genera alguna sonrisa, y donde lo único humorístico son los comentarios de índole sexual o escatológico.
Diana (uno de sus tantos nombres, interpretada por la sobrevalorada Melissa McCarthy) es una pobre mujer solitaria, incapaz de hacer amigos, y cuya única forma de encarar la vida es a través del engaño, no sólo para aprovechar las ventajas económicas que el robo a distancia le permite, sino también para sentir que su realidad no es tan patética como se ve. Una de sus víctimas es Sandy (Jason Bateman), un empleado contable de mediana edad, casado, con dos hijas y otro en camino, y cuyas finanzas no son de lo más holgadas. Por un llamado telefónico, él cae en la ingenuidad de dar todos sus datos y allí es donde comienzan los problemas a los que lo arrastra Diana, al usurpar su identidad para hacer gastos monumentales con sus tarjetas de crédito y cometer delitos varios.
Dado que la policía mucho no ayuda, él decide ir personalmente a buscar a esta ladrona para que confiese lo que hizo y volver a su vida normal. Así comienza la suerte de road movie llena de intentos de escape, persecuciones de gángsters y vericuetos varios que completan las casi dos inexplicables horas que dura la película.
El único talento cómico que Melissa McCarthy exhibe en este filme es su cuerpo bajito y obeso, el mal gusto con el que lo viste y adorna, y las situaciones escatológicas en las que incurre, que provocan más vergüenza ajena que risa. Casi podría decirse que es la versión femenina y algo excedida de peso de Adam Sandler. Por su parte, Bateman sólo cumple la parte de partenaire, apático y esquemático, con una presencia sólo de soporte de McCarthy, para algunos la nueva estrella de la comedia norteamericana.
Así y todo, el guión tiene otra insolvencia peor, que es la moralina que subyace a todo el relato. Una ladrona que, sólo el guionista sabe por qué, cambia de golpe, se sensibiliza, casi se podría decir que se redime, y que en el fondo tiene una razón para actuar como actuó siempre, que no es la mera especulación de vivir a expensas de otros, sino una carencia de su pasado. Como si el mensaje del filme fuera que hay que preguntarse por qué cada persona que delinque lo hace, y a partir de ahí comprenderla y quererla.
Pocas risas, personajes sin profundidad ni gracia, muchos minutos de más, y un mensaje conciliador pero ridículo considerando la gravedad del delito de robo de identidad, tan actual y en crecimiento, es todo lo que tiene para dar esta película.