Melodrama débil y sentimentalista con grandes actores
Como bien dice la protagonista en un momento del film: “yo no robo libros, los tomo prestados”. Así mismo, el director de este drama de ambientación bélica (nos hallamos en los albores de la segunda guerra mundial en una Alemania lista y dispuesta para el desafío hitleriano) va tomando en préstamo todos los clichés y terrenos conocidos de este tipo de películas ambientadas en el conflicto bélico y nos cuenta una historia tan bonita en su superficie como horrible en su profundidad.
Los hechos que tuvieron lugar en aquella época, donde los judíos que habitaban en tierras germanas fueron obligados a sufrir las más humillantes de las vejaciones han sido tratados por el cine desde múltiples ámbitos; desde la atrocidad palpable vista en películas como La lista de Schindler de Steven Spielberg o El pianista de Roman Polanski hasta la comicidad de La vida es bella.
En Ladrona de libros, adaptación cinematográfica del famoso best seller del escritor australiano Markus Zusak, el realizador Brian Percival (conocido sobre todo en el ámbito televisivo por el éxito de la serie Downton Abbey), en una clara búsqueda del beneplácito por parte de los miembros de la Academia que eligen los trabajos nominados a los Oscars, nos ofrece un relato amable y bienintencionado de un episodio histórico muchísimo más sanguinario de lo que se refleja en pantalla.
A través de los ojos de una animosa y valerosa niña adoptada por una familia de acogida alemana (estupendo descubrimiento de la emergente actriz Sophie Nelisse, quien ya apuntara maneras en Profesor Lazhar) se nos explica como el poder de las palabras y de la imaginación se convierte en una forma lícita de escapar de los tumultuosos eventos que la rodean, tanto a ella como a toda la gente que conoce y quiere.
A parte de la ya citada heroína de la función, también vale la pena destacar la presencia de dos actores de solvencia contrastada sin los cuales el desarrollo de la trama bajaría muchos enteros. Nos estamos refiriendo a Geofrey Rush y a Emily Watson, perfectos en su composición de un matrimonio tan poco avenido como complementario con un corazón más grande que una montaña. Sus interpretaciones, tan pausadas como matizadas contrastan con otras más secundarias que no alcanzan toda la importancia que deberían a lo largo del relato. Algunos aspectos del guión quedan demasiado sueltos en un afán por condensar las quinientas cincuenta y dos páginas de la novela en tan sólo dos horas de metraje.
Otras circunstancias positivas que hacen del visionado de Ladrona de libros una experiencia agradable son su cuidada fotografía (a cargo del operador alemán Florian Ballhaus), y su bellísima banda sonora, compuesta por el eterno aunque todavía imprescindible John Williams (quien, por cierto, ha recibido su nominación a los Oscars número cuarenta y nueve gracias al score de esta película). En definitiva, una propuesta a la que le falta fuerza y garra aunque cuenta con el desparpajo y talento de gran parte de sus protagonistas.