El Holocausto, visto desde la niñez
El segundo film de Brian Percival, el director de la exitosa y bien lograda serie británica Downton Abbey, eligió llevar al cine un best-seller de Markus Zusak sobre una joven que vive en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
El tema del Holocausto puede tratarse desde diferentes ángulos y miradas: documental, ficción, mezcla de ambos, didactismo, historicismo, puntos de vista, corrección política, etcétera. Cuando se narra el hecho tomando en cuenta el aprendizaje y la visión desde la infancia, el desafío es mayor, ya que se está ante la posibilidad de caer en la superficie de las cosas y de los esquemas del caso.
Parece ser que el best seller de Markus Zusak no esconde ninguna culpa al jugarse por tal elección, cuestión que se manifiesta al ver las imágenes de Ladrona de libros, segundo film de Brian Percival, tal vez más conocido por dirigir la serie Downton Abbey.
Una película que utiliza la voz en off de la Muerte (a cargo de Roger Allam) –como sucede en el texto original– ya marca terreno en sus alcances y pretensiones. Pues bien, la historia es la de Liesel (Sophie Nélisse), el paisaje el del nazismo, y su fanfarria y el contexto familiar el de un matrimonio que adopta a la niña de vástagos de pensamiento comunista.
La manipulación al espectador, por lo tanto, los lugares comunes y esa imperiosa necesidad de mostrar el sufrimiento (el film arranca casi con la muerte de un niño), exhibiendo el golpe bajo más cruel, actúan como sustento dramático del film.
Como si La lista de Schindler –del productor y director, en ese orden, Steven Spielberg– se multiplicara por diez, Ladrona de libros, estimula esta clase de empatía: historia contada desde la niñez, banda de sonido apabullante en sus violines, contacto permanente con el dolor, aprendizaje en medio del horror.
Claro que también hay lugar para la poesía de segunda mano en medio del desastre, ya que los padres adoptivos de la criatura (Geoffrey Rush y Emily Watson, puntos a favor del film) ocultan a un soldado que se convertirá en el bautismo de la niña con las letras. "La memoria es la bitácora del alma", expresa el soldado en el sótano familiar.
En oposición a semejantes desmadres estéticos, la historia de Liesel y su amigo y vecino deportista adquiere cierta dosis de honestidad. En esos paseos de los niños, Ladrona de libros –más allá de no poder evadirse de algunos clisés– construye sus momentos de interés, sin necesidad de apelar a la voz en off de la Parca ni de emplear planos con intenciones de pegar en el estómago.
El bombardeo de los aliados se produce cerca del final y las tropas norteamericanas llegan para la liberación. De los rusos, ni noticias. El fuego invade el lugar y los cadáveres son extraídos entre los escombros, salvo el de la niña Liesel. La banda de sonido sigue atronando con sus violines lacrimógenos. El músico John Williams, habitual en las cintas de Spielberg, subraya otra vez las intenciones de la película.