En lo particular esperé mucho tiempo la versión cinematográfica de una de las mejores novelas de ficción que he leído en años. “La ladrona de libros”, de Markus Suzak, tiene a la muerte como protagonista. Una muerte reflexiva, confesa admiradora de su trabajo (aunque algo resignada por la rutina), cruel, justa o injusta, según como se la sienta, y acaso sarcástica. Según ella misma, de vez en cuando se siente atraída por la personalidad de determinados seres humanos. Algo en ellos le resulta fascinante e irresistible. Es cuando detiene un rato su tarea y observa. Esta vez le presta atención a la pequeña Liesel (Sophie Nélisse - la brillante nena de “Profesor Lazhar”, 2012-) mientras se lleva a su hermano menor, congelado por el frío durante un viaje en tren. El enamoramiento comienza cuando en el funeral la niña, que no sabe leer, se guarda un libro caído del bolsillo del empleado del cementerio (“Manual del sepulturero”). De ahí en más, será Liesel y su historia lo que la muerte relata.
La adaptación al cine, por ser literal comete un acto de desidia al no proponerse desde el guión resolver algunas cuestiones con la creatividad que requiere el séptimo arte. La primera es, precisamente, el rol de la muerte (narración en off de Roger Allam). No porque esté narrada. No hay nada de malo en eso cuando la decisión va a fondo, caso Forrest Gump” (1994) o “Buenos muchachos” (1990) narradas por sus protagonistas, pero que nunca abandonan las escenas a su suerte. Las voces se escuchan varias veces a lo largo del metraje como acoplándose al oído y la mente del espectador, además de nunca intentar resolver en off lo que no se resuelve en cámara.
La segunda es responsabilidad del neófito Brian Percival, quién deja largos pasajes de la narración vacíos de esa omnipresencia pergeñada muy bien en la novela y que, curiosamente, tenía en La Muerte los textos más bonitos y profundos. Con esto, la responsabilidad, incluso el peso específico de la historia, recaería en la niña, cosa que tampoco ocurre a fondo porque, si bien el punto de vista no cambia nunca (sólo se la abandona por largos ratos), mucho de lo que ocurre se centra aleatoriamente en los padres adoptivos, Rosa (Emily Watson) y Hans (Geoffrey Rush) –particularmente en éste último-, o en un refugiado judío llamado Max (Ben Schnetzer).
Dicho todo esto, “Ladrona de libros” es una obra que se deja ver por una buena dosis de rubros técnicos que apuntalan lo errático del guión. El diseño de arte de Bill Crutcher, Jens Löckmann y Anja Müllery recrean la época con solvencia. También John Williams ayuda con una partitura musical deliberadamente lejana de los leit motive a los que nos tiene acostumbrados el gran maestro, de hecho está nominado al Oscar por éste trabajo.
La realización es accesible porque, en definitiva, la idea (ya desde el título) no deja de ser atractiva.
A semejante best seller se puede achacar la elección demasiado jugada por un director al que le falta uña de guitarrero, pero allí está el elenco para suplir esa falta con el talento de sus integrantes.