La Segunda Guerra Mundial es un hecho histórico que nadie debería olvidar, nunca, por los atroces crímenes humanitarios que se cometieron. Pero, al igual que la Dictadura sufrida en nuestro país, parece que los productores del primer mundo parecen tan carentes de ideas que revuelven la herida a duras penas cicatrizadas una y otra vez, en pos de tocar las fibras más íntimas del espectador y generar un efecto lacrimógeno severo que apunte, sin lugar a dudas, a la temporada de premios. En el cine, es imposible intentar siquiera superar el clásico La Lista de Schindler, y en literatura, no hay escuela secundaria en donde no se haga leer a los jóvenes El Diario de Anna Frank. Entremedio, muchas obras fílmicas y literarias han regurgitado una y otra vez la misma historia, con resultados dispares pero, oh casualidad, siempre volvemos a lo mismo. Es como el cuento de la buena pipa, la historia de nunca acabar. Ladrona de libros llega tarde, tardísimo, al tren de las historias nazis. Basada en el best-seller de Markus Zusak, la adaptación cinematográfica es una agradable historia, con una trama trillada y llena de clichés a rabiar, pero con un elenco que te hace olvidar que todo lo visto en pantalla es un completo déjá vu.
Siguiendo el formato de la novela, Ladrona de libros comienza con la voz en off de la mismísima Muerte, quien a lo largo del film irá llenando los huecos narrativos correspondientes, en un recurso extraño y que nunca termina de funcionar, ya que sus apariciones son esporádicas cuando- presumo - en el libro es el narrador omnisciente. La Muerte - en la voz del inglés Roger Allam - nos introduce a la vida de la pequeña Liesel a principios del 1938, en una incipiente Alemania nazi. Abandonada a su suerte por su madre luego de la muerte de su hermano pequeño, Liesel será acobijada en la casa de dos nobles trabajadores. Las restantes dos horas siguen a la pequeña huérfana en un intento por continuar con una vida normal, mientras a su alrededor el mundo cambia radicalmente. Cuando un film de época está bien construído, que su duración no se siente mientras que el trayecto sea entretenido. Por eso, la capacidad de síntesis del director Brian Percival queda en evidente escasez en una historia donde la cotideaneidad de vivir en una Alemania en pie de guerra se torna aburrida cuando, a esta altura, debería contar con un giro narrativo fresco para que la propuesta no sea una más.
La película tiene buenos momentos, cálidos algunos, interesantes otros, aburridos unos cuantos, como si todas las pequeñas tramas de las novelas fuesen condensadas y puestas en pantalla, para que nada se pierda, pero lo que se pierde poco a poco es la paciencia del espectador. Por supuesto, el efecto lacrimógeno se siente en cada fotograma, y el golpe emotivo se va construyendo poco a poco. No estamos frente al saco de lágrimas que fue El niño con el pijama a rayas, sus intenciones no son tan obvias, pero que están ahí, solapadas, no hay duda alguna. La construcción del adulto Hans de Jeoffrey Rush tiene notas similares al enorme papel de Roberto Benigni en La vida es bella - ¿ven? Otra película con temática nacista - pero se agradece tener un talentoso actor apuntalando una trama que parece se va a desbarrancar en cualquier segundo. Rush y la estimada ayuda de Emily Watson como la matriarca Rosa, de exterior agresivo pero corazón de oro, solidifican el trabajo de Sophie Nélisse, quien ya robó suspiros de amor en la excelente Monsieur Lazhar. Ellos tres sacan adelante un film destinado al fracaso, y lo convierten en algo moderadamente soportable.
El balance una vez finalizada Ladrona de libros es mínimamente positivo. Sus intenciones son evidentes, pero su historia es más que agradable y se deja ver, siempre y cuando no se espere una obra maestra. Su protagonista, además, puede sostener una película por otras 2 horas más y tiene visos de convertirse en una gran estrella en un futuro cercano.