En la película “Ladrona de libros” la muerte fue elegida por Brian Percivale, su director, como cicerone de una visita guiada por los días del ascenso al poder del nazismo en Alemania, y por los primeros años de la vida de una niña que asistió al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Tras perder a un hermano y ser dejada por su madre —perseguida por los nazis— en manos de una familia adoptiva, una nena descubre la soledad, primero, y la reconstrucción de su vida, después, rodeada por un entorno social que se va oscureciendo con el avance de los horrores de la guerra. Con muy buenas actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson en los roles de dos padres sustitutos, la película resulta un ejemplo de puntillosidad en la fotografía y de la efectividad que puede lograrse en el cine cuando se dispone de una buena historia. La crueldad que nace de la intolerancia y los temores que genera la división de una sociedad gobernada por el miedo, se muestran con mayor ferocidad al contrastar con el inocente mundo de los chicos que asoman a la vida y la descubren en uno de sus más desgraciados pasajes.