La guerra de los libros contra el nazismo.
“Bien hecho, Winslet”, le dice Ricky Gervais a la actriz británica en los Globo de Oro de 2009, felicitándola por la estatuilla que le mereció su actuación en El Lector. “Te dije, hacé una película sobre el Holocausto y los premios vendrán”.
El no tan inocente chiste de Gervais encierra una gran verdad: hay algo en las historias del Holocausto que enloquece a las multitudes. Ha nacido una suerte de retorcida fórmula, según la cual el que quiere un Oscar sabe que estará mucho más cerca de él con una película sobre la Segunda Guerra Mundial de por medio. Sin embargo, esto también significa que hacer un film sobre el tema desde un enfoque original es todo un desafío.
Pero Ladrona de Libros lo logra. Liesel, cuyos padres son comunistas, es una joven dada en adopción en la época del nazismo. Al poco tiempo, Max, un joven judío, recurre a sus padres adoptivos buscando refugio, y los cuatros acaban por conformar una extraña familia.
Sin embargo, es justamente lo que le da el nombre a la película lo que la diferencia de las demás. Y es que lo único que crece a la par de los horrores del nazismo, con la misma intensidad y rapidez, es la pasión de Liesel por la lectura. Al comienzo de la historia, la pequeña ni siquiera saber leer; al poco tiempo, desesperada por más material, roba libros de la casa del alcalde, cuya biblioteca la deslumbra.
Lo más curioso de su pasión es el hecho de que se remonta a antes de que supiera leer. Desde antes de poder comprender una palabra, la pequeña ya se iba a dormir abrazada a un libro que había rescatado de la calle. Cuando se lleva un libro de una fogata hecha con tomos prohibidos, lo oculta en el abrigo incluso cuando éste la quema. No le importa: debe mantenerlo a salvo. Y es que el amor de Liesel por la literatura es casi instintivo. Es lo que la lleva a creer en sus poderes curativos cuando le lee a Max mientras él muere de frío. Es lo que la lleva a contar historias en el refugio anti bombas para aliviar el dolor de la guerra.
Ladrona de Libros es entonces una película atípica sobre el Holocausto porque elige mostrar a las otras víctimas de la tragedia. Fueron tantas las muertes que causó el nazismo que es difícil concentrarse en la muerte espiritual de los millones de alemanes que no pertenecían al Partido y que morían de miedo todos los días por ello. Es difícil entender que una fogata de libros para “limpiarse moral e intelectualmente desde adentro” es también una masacre. Pero Liesel lo entiende. Liesel entiende el poder de la palabra y que como espectadores se nos lo recuerde es extrañamente bello.
La película, entonces, no es verdaderamente sobre el Holocausto, sino sobre cada uno de los Holocaustos más silenciosos y sutiles que tanta gente tuvo que sufrir bajo el régimen nazi. La actuación de Sophie Nélisse es increíble: logra recordarnos con simples miradas el miedo y la incertidumbre de la época. El guión, adaptado del libro de Markus Zusak, es bueno, aunque no excelente; se nota, de a momentos, que ciertas elecciones estilísticas funcionan mejor en papel. El libro está narrado por la muerte, lo cual se hace a medias y en off en el film, y resulta un poco torpe.
El fuerte de la película es más bien su historia. En una escena con toda su familia, Liesel asegura que todo lo que hicieron por cuidar a otros arriesgándose ellos fue porque “simplemente estábamos siendo humanos”. Así, el mayor triunfo de la película es recordarnos, en el peor momento de nuestra historia, de nuestra propia humanidad.