Leve, amable, sin grandes temas ni escenas fuera de escala, “Lady Bird” es otro ejemplo empeñoso de un cine independiente que repite fórmulas probadas. Christine, la protagonista, explora el difícil vínculo entre una madre y su hija adolescente, una chica que no quiere ser como su madre (hasta adopta ese falso nombre) pero que, suele suceder, acaba pareciéndose en su obstinación, su tenacidad, su voluntad y su carácter. Pero por ahí no va la cosa. El film nos cuenta con frescura y liviandad el despertar de esta adolescente. Estamos en Sacramento, cerca de San Francisco, un pueblito sin mayores perspectivas para esta hija que sueña, más que con la universidad, con poder alejarse de ese paisaje. Sus amigas, sus relaciones, su escuela, sus sueños, todo cabe allí en ese despertar. Lady Bird es cambiante, arrebatada, rebelde, indecisa. Y la película busca allí los rasgos de una formulación visual que aspira a tener la sencillez de un pueblito acostumbrado a la chatura y la monotonía. Buenos actores, una naturalidad bien trabajada, clima simpático, una par de escenas emotivas y melancólicas entrecruzan la vida de esta adolescente con ganas de ir más allá, pero a quien sus primeros amores la dejan decepcionada. Amigas, lealtades, un noviecito gay y otro engreído, actos escolares, discusiones caseras, mentiras, padre sin trabajo, todo cabe aquí. Esta escrita y dirigida por una mujer, lo que podría reforzar su chance. Film simpático, chiquito, sin notas desafinadas, con personajes muy humanos y nada fuera de lugar, pero le falta potencia y originalidad.