Lady Bird, juventud divino tesoro
En una escena delirante y genial, casi al comienzo de Lady Bird (2017), la primera película en solitario de Greta Gerwig, Christine McPherson (Saoirse Ronan), la joven e irreverente protagonista –quien se inventa para sí un nombre, quien se hace llamar “Lady Bird”- discute rabiosamente con su madre mientras viajan juntas en un auto. Pelean acerca de su futuro próximo, sobre la universidad donde va a estudiar pronto, cuando termine el secundario religioso en donde estudia sin demasiado entusiasmo. En el fragor intenso de la discusión, cuando ya ninguna escuche a la otra, cada una enfrascada en sus propias palabras y argumentos, será ella, “Lady Bird”, la que decida terminar de una buena vez, abrir la puerta del auto en movimiento y tirarse. La escena es notable porque consigue concentrar en su brevedad el centro mismo del conflicto que la historia va a narrar con gracia y una especial sensibilidad. Al mismo tiempo, va a promover la caracterización perfecta de su personaje principal. La presentación efectiva de su irreverencia.
“Lady Bird” es una adolescente alocada, soñadora y contestataria. Una muchacha independiente que busca desesperadamente la realización concreta de su independencia. Su deseo es por supuesto diferente al de su madre. Quiere rajar de su casa, abandonar una ciudad que odia e irse a estudiar a New York. Quiere conocer a otras personas -más interesantes, de acuerdo a sus expectativas -, descubrir otra realidad. Vive con su familia “del lado equivocado de las vías”, como expresará con ironía, pues pertenece a una clase media venida a menos, un sector social situado con frecuencia “en lista de espera”. Su padre está desempleado y deprimido. Es su madre quien administra la organización familiar. Una mujer rígida y sobreprotectora, atenta al comportamiento de su hija, a la que intentará convencer del carácter inoportuno de su deseo y que limitará su discurso a las posibilidades que promueve el orden de lo admisible, a lo que su condición económica permite. La relación entre madre e hija, afectuosa pero intensa, fuertemente conflictiva, determinará el fundamento simbólico del relato. El primer plano de la película estará orientado a señalarlo.
Lady Bird se propone contar con perspicacia y humor, sin forzar ni subrayar situaciones dramáticas, el espinoso transcurrir de un aprendizaje: las continuas broncas con su madre, sus primeros escarceos amorosos, sus pequeñas frustraciones, el desarrollo incipiente de su sexualidad. Junto a su mejor amiga conformarán una simpática dupla de perdedoras que asumen con perseverancia sus sueños vulgares: el primer encuentro romántico, el vestido de baile de la graduación, la fantasía de vivir en una mansión. La trivialidad será por esta vez encantadora.
La película no caerá en ningún momento en la tentación del estereotipo ni en su correspondiente sentimentalidad socarrona. A pesar de lo que digan sobre ella y sus habilidades, “Lady Bird” intentará acceder a universidades más exigentes y prestigiosas, fuera de su alcance pero no de sus ambiciones. Uno de los mayores méritos del film de Gerwig será su preocupación constante por el devenir de su protagonista y de quienes la rodean, su cuidado interés en el desarrollo de sus deseos, sus conflictos y contradicciones.
Nominada, entre otras cosas, a mejor película en los próximos premios de la Academia, Lady Bird presenta una historia sencilla pero emocionante sobre el fin de la adolescencia,sobre el anárquico despegue iniciático en tránsito hacia la composición de una identidad en movimiento. Un recorrido que implica siempre una despedida, pero que también es capaz de suscitar a la distancia la oportunidad de un reconocimiento. La afirmación de un origen a partir del cual poder pisar con un poco más de seguridad el territorio de lo desconocido.