La ópera prima de la actriz cuenta de manera muy sensible y específica sus experiencias de vida como adolescente en Sacramento, centrándose principalmente en la relación con su madre. Un excelente guion y notables actuaciones para un emotivo relato de crecimiento.
El debut como directora de Greta Gerwig es una película engañosa. Por su universo y personajes, creemos que ya la hemos visto antes: los chicos de último año de la secundaria con sus romances y problemas escolares, los grupitos marginales alejados de los “populares”, las dificultades con los estudios y con las autoridades, los conflictos con los padres y así. Es cierto. Todo eso forma parte de LADY BIRD, es el subgénero al que pertenece. Pero lo engañoso de la propuesta, lo que la transforma en otra cosa, es la manera en la que Gerwig usa esos modos específicos del “high school movie” para escaparle en todo momento a sus soluciones clásicas. Es un “coming of age”, de eso no hay duda, pero uno que no sólo no se resuelve de las maneras habituales sino que plantea conflictos un tanto diferentes.
Es que en realidad LADY BIRD es una comedia dramática (no, no una tragicomedia, que no es lo mismo ni sinónimo) sobre la relación entre una hija y su madre, en las confusas tensiones que aparecen ahí, una mezcla de amor, decepción, fastidio y silencios. La protagonista, que se hace llamar Lady Bird (Saoirse Ronan), no responde del todo a los cánones tradicionales. No es ni la más rebelde, ni la más inteligente, ni la más solitaria, ni la más ácida. No es una construcción sino que, tomando en cuenta lo autobiográfico de la propuesta, es una persona con decenas de contradicciones: consigo misma, con la escuela, con sus amigas, con su futuro universitario y, claramente, con su madre.
El conflicto principal parece estar en que la madre quiere que Lady Bird estudie en Sacramento, la capital californiana en la que viven, mientras que ella sueña con irse a Nueva York. Marion (una excelente Laurie Metcalf) no confía en que la chica pueda arreglárselas allí: ya ha quedado fijada en su mente como una adolescente demasiado perezosa como para entrar en buenas universidades y manejarse bien por su cuenta. Algo de razón tiene: Lady Bird da dos pasos para adelante y uno para atrás. O al revés. Y ni ella misma tiene muy claro lo que quiere.
Pero LADY BIRD —la película— tiene también otros ejes importantes. Por un lado, la escuela es católica y la religión juega un papel clave en la vida cotidiana de la protagonista, por más que ella no tenga muy claros los motivos. Y, por otro, la locación: Sacramento no es sólo el lugar en el que transcurre la película sino una ciudad que define a la protagonista y a su familia. La identificación con el lugar es precisa y específica. No es el típico pueblo chico del que todo adolescente quiere escapar sino otra cosa.
Esa especificidad es otro de los puntos fuertes del filme. Gerwig respeta las excentricidades, formas de hablar y personalidades de sus protagonistas. No hay casi personajes que cumplen funciones en sentidos dramáticos precisos. Cada uno de ellos (su simpática amiga, su proyecto de novio que no funciona, su otra frustrada pareja, las monjas de la escuela, su padre, su hermano y la novia de él, entre otros) tienen vida propia y respiran. Es, claramente, una especie de memoir de la realizadora.
Los diálogos son también otro punto fuerte. Sí, por momentos son ingeniosos y cancheros a la manera de la tradición de la comedia de Hollywood, con sus ácidos idas y vueltas, pero la mayor parte del tiempo respetan el habla y los modismos propios de esos chicos de esa edad y en esa época (el filme transcurre en 2002), algo tan inusual como la selección musical, que tampoco se conforma de canciones cool sino de temas populares de la época, desde Alanis Morissette a la Dave Matthews Band.
Pero, finalmente, lo que hace que la película se coloque fuera de la norma y, acaso, sea el motivo de tanto premio y nominación, es la relación madre-hija, tan intrigante, poderosa y contradictoria como pocas se han visto en el cine. El juego entre el amor y la frustración, el cariño y la decepción, y la imposibilidad de abrirse a los sentimientos, hacen de este juego entre además dos extraordinarias actrices una experiencia finalmente muy emocional, que refleja no sólo en la vida de ellas sino en la de todos aquellos que en cierto momento de nuestras vidas atravesamos ese tipo de corte, en el que la necesidad de ser independientes por momentos nos torna excesivamente críticos o crueles con nuestros padres. Y algo parecido sucede a la inversa: la sensación de no saber cómo elaborar esa “pérdida” que significa la partida —aunque más no sea a otra ciudad— de un hijo y transformarla en bronca, agresión, angustia. LADY BIRD no cierra con moño este nudo de contradicciones, pero entiende qué le pasa a cada uno de sus personajes y los respeta aún en sus más evidentes errores. Y eso es lo que la convierte en una gran película.