La joven que quería volar.
Greta Gerwig ha confesado en multitud de ocasiones que las primeras versiones del guión de su ópera prima eran dos o tres veces más largas que el material finalmente utilizado para el rodaje. Una vez visto el resultado final no me cuesta creer estas palabras, pues una de las cosas que destaca de su película son los personajes complejos, diferentes y extremadamente bien caracterizados, lo cual hace que fuera muy fácil para ella como guionista desarrollar multitud de tramas y escenas que disfrutaría tanto escribiendo como nosotros viendo (en caso de haber llegado a la pantalla).
Lady Bird es una película para su protagonista, que se bautiza a sí misma con dicho nombre. Extraño, diferente y quizás algo pretencioso. No importa. Es ella, y su nombre debe ser único de la misma forma que se siente dentro de un mundo imponente y complicado. Gerwig sabe, sin embargo, dar al personaje de Saoirse Ronan características para defenderse en dicho mundo, y configurarla como una persona segura que demuestra la inseguridad propia de su edad, una persona que toma la iniciativa en situaciones donde todos parecen ir un paso por delante, y soñadora en un microcosmos que ahoga los sueños de todo adolescente similar a ella. Cuando la mayoría no ve más allá de las calles y casas que les rodean, Lady Bird se imagina volando lejos y libre. Son el resto de personajes los que la hacen aterrizar de forma intermitente, poniéndola a prueba una y otra vez.
El eje de las relaciones.
Una vez establecido la más que interesante protagonista, en la película se presentan toda una serie de personajes secundarios que orbitan a su alrededor. La sucesión de escenas, en su mayoría con elipsis temporales entre ellas, no hace más que explorar las relaciones de Lady Bird con todo ese mundo que la rodea, definiendo lazos con otras personas que se crean, destruyen, acortan y alargan a lo largo de toda la historia.
Una visión personal
La visión de la directora eleva a una serie de personajes femeninos por encima de su propia realidad y los caracteriza con elementos muy claros. Además de la mencionada protagonista, su madre se configura como la representación de la fuerza y la capacidad de lucha, un arquetipo de madre coraje no exento de aristas salientes de una relación distanciada y difícil con su hija adolescente. Del mismo modo su amiga del instituto Julie, que sigue la estela del personaje de Ronan, deja claro que ningún elemento externo que las amenace puede detenerlas si están unidas. Por último, también ofrece un retrato muy personal del padre, el señor McPherson, como un apoyo fundamental para su hija, y de Danny, su primer novio.
En definitiva, la visión de la directora se caracteriza por un elemento fundamental: no juzga a sus personajes. Es una historia que no obedece a principios maniqueos, y no coloca a dichos personajes en posiciones de buenos o malos. Éstos toman decisiones en función de las características que les han sido dadas, y que les hacen ser como son en un universo que no controlan y que difícilmente pueden entender. A partir de ahí éstos intentan salir adelante, todos ellos, y sus acciones no implican que Gerwig les condene en un acto de moral superior a la historia. Tampoco se plantea la corrección de sus actos, y esto hace de Lady Bird una película que se desarrolla de forma natural en lugar de lógica, aportando una magia inesperada y realmente placentera hasta el final.