Lady Bird es más que la radiografía de una adolescente de clase media baja en Sacramento, California, por los años 2002 y 2003, porque una radiografía no muestra la carnadura del personaje en cuestión.
Y Christine -o Lady Bird, como se hace llamar, para diferenciarse en más de un sentido de sus padres- tiene mucha sangre caliente circulando por sus venas.
Atravesando el último año de High School, Lady Bird quiere irse de la Costa Oeste hacia la Costa Este. En verdad ese viaje por el que tanto ansía podría ser hacia cualquier otro punto cardinal, ni siquiera tan lejano, porque lo que la motiva es irse.
Lady Bird es, como toda adolescente de ayer o de hoy, un ser en ebullición constante. Lo que sucede es que ella lo demuestra. Es un volcán a punto de erosionar, más que nada cuando se cruza con su madre Marion. OK, cualquier adolescente con una madre como la que compone Laurie Metcalf sentiría y reaccionaría más o menos de la misma forma.
El despertar sexual de Lady Bird podrá ser considerado traumático o no, pero nunca risible, por más que el guión se explaye en demostrar que las primeras experiencias, con tanteos y sin ensayos, pueden resultar en frustraciones. Eso es algo que Lady Bird, la película, lo plantea sin ambages y desde el vamos, y más allá de las fronteras de lo genital o erótico.
También habla de las limitaciones, ya sean las económicas por las que se encuentran, o las que los personajes son conscientes que tienen. Y eso no es común en muchas películas. Tal vez, en muy pocas de Hollywood.
Es que es una película de relaciones humanas antes que de descubrimientos. La actriz Greta Gerwig en su debut como realizadora en solitario pone mucho de sí misma en la protagonista. Ambas, personaje y realizadora, vivieron en Sacramento su infancia y adolescencia, y hasta en el corte de cabello se asemejan. Gerwig es la quinta mujer realizadora en los 90 años de historia del Oscar que alcanza una nominación.
Lady Bird seguramente será alabada y mejor entendida por el público más joven que por algunos adultos, por su acercamiento a esta etapa de crecer sin saber hacia dónde ir, donde la identificación se da por cauces naturales. No es toda una maravilla, por momentos se ameseta y le cuesta salir de los baches en los que cae –la relación de Lady Bird con Kyle (Timothée Chalamet, candidato a Oscar como mejor actor, pero por Llámame por tu nombre) no tiene la soltura necesaria-, se le notan las cosidas. Pese a esto, es un filme que se disfruta desde que comienza.