Este documental sobre la princesa británica desde su aparición en la vida pública de la familia real hasta su trágica muerte en 1997 se apoya exclusivamente en filmaciones de la época.
Uno podría pensar que ya no hay nada nuevo para decir acerca de Lady Di, Diana Spencer, la Princesa de Gales o como prefieran llamarla. Pero la gracia del audiovisual pasa no solo por lo que pueda contar sino por un tema de formato, de modo de expresión, de cómo contar una historia conocida. Con SPENCER, Pablo Larraín eligió el camino opuesto: el de la ficción especulativa, contando unos días de la vida íntima de Diana apelando a los recursos más puros y duros de esa opción, más allá de que pudieran tener su base en algunos hechos reales. Muchos otros films biográficos –sean series o películas, ficciones o documentales– han optado por un combo informativo que va de lo privado a lo público, con diferentes resultados. Perkins elige un modelo hasta ahora no usado: se apoya de principio a fin en materiales de archivo públicos.
¿Qué quiere decir esto? Que no hay ninguna entrevista actual, ninguna reflexión sobre los hechos a posteriori, ningún hallazgo o descubrimiento histórico ni video inédito ni nada parecido. Utilizando un procedimiento parecido al de otros documentalistas (se me ocurre compararla con el excelente film rumano THE AUTOBIOGRAPHY OF NICOLAE CEAUSESCU, de Andrei Ujică), Perkins solo recopila material público de la época, que todo aquel que haya seguido su vida pudo haber visto. Pero si aquel film sobre la vida del dictador rumano ponía todo el peso de la prueba en el propio estado a través de las transmisiones de la TV pública, THE PRINCESS hace lo propio con los medios (en su mayoría) británicos y en cómo fueron «contando» la historia de Lady Di.
Lo que este documental logra, por más que conozcamos a grandes rasgos los pasos de su historia –su boda siendo jovencísima, su súbita popularidad, sus problemas de pareja, de salud, la paralela historia de amor del príncipe Carlos con Camilla Parker-Bowles, su maternidad, separación, divorcio, problemas con la realeza, sus romances previos y posteriores y, spoiler alert, su shockeante muerte–, es brindarnos una perspectiva de cómo los medios fueron manipulando a la opinión pública a lo largo de estos casi 20 años en los que fue una de las figuras públicas más perseguidas por los paparazzi en el mundo entero.
En imágenes granuladas y con el formato más cerrado del video de los ’80 y ’90 de programas de noticias o especiales de televisión, vamos siguiendo su historia a través de los medios. La edición hecha por Perkins y su equipo está claramente dirigida a pintar el caos de la familia real como una mezcla de dislates propios y presiones ajenas. La constante persecución, por un lado, y los cambios de tono en la manera en la que era tratada (con curiosidad primero, con fascinación después, con dudas más adelante y hasta desprecio para transformarla, tras su muerte, en un ícono) intentan dar pruebas no sólo de la manipulación mediática sino también de la rampante misoginia de la época, ya que era una constante el maltrato de los medios hacia Diana una vez que el cuento de hadas inicial se acabó.
La película apunta también a la casa real, con sus tradiciones obsoletas y su inutilidad práctica. Es cierto que los medios británicos pueden «volver loco» a cualquiera (y más los controlados por Rupert Murdoch), como ya lo han denunciado muchos artistas, pero es cierto también que la realeza en realidad no tiene mucho más para ofrecer a esta altura que intrigas palaciegas de baja intensidad. Políticamente intrascendentes, tampoco ofrecen nada parecido en términos dramáticos a lo que puede pasar, digamos, en un episodio de HOUSE OF DRAGON. Acá lo único que mantiene «relevante» en la vida pública a la realeza parecen ser sus escándalos de alcoba, sus vestuarios, sus divorcios, sus renuncias a los cargos voluntarias o los obligados a partir de acusaciones de abusos sexuales. Es un extraño juego de ida y vuelta entre la necesidad de estar en el centro de la acción y querer mantenerse alejada de ella.
Pero esto no funcionaba igual para Diana, que arribó a la familia sin esa «piel dura» de la familia real para soportar las presiones internas y externas. Y LADY DI (THE PRINCESS es el título original con la que la estrenó HBO Max en Estados Unidos y como probablemente luego llegue aquí) deja en evidencia que fueron permanentes desde el principio. Positivas o negativas, era una mujer que no podía tener un segundo de paz ni adentro de su hogar (o sus hogares) ni en la vida pública, algo que su trágica muerte escapando de la persecución periodística terminó de demostrar como una prototípica profecía autocumplida.
Ver el documental es también acercarse con cierto horror –el que da el tiempo y los cambios de hábitos– a los manejos mediáticos respecto a ciertas figuras públicas, a la invasión de la intimidad y el negocio que se genera alrededor. Una entrevista con Diana multiplicaba por diez el rating de un programa de televisión, la publicación de alguna entrevista grabada o material secreto hacía lo mismo con algún diario (The Sun, casi siempre), se pagaban cientos de miles de libras por fotos exclusivas y con algún tinte potencialmente escandaloso generando una industria con la realeza que, por momentos, parecía estar fogoneada también desde adentro.
Una de las excusas que se escuchan a menudo –y lo hacen también en el documental, con entrevistas a gente en la calle y discusiones entre ellos y los periodistas que los abordan– es decir que los medios solo reflejan y «venden» lo que a la gente le interesa y quiere «comprar». Pero cualquiera que haya trabajado en un medio sabe que esto no es tan así o que, si lo es, se puede tratar de desactivar de distintos modos, de a poco, poniendo el eje informativo en otros lados y cuestiones. Pero por los motivos antes citados –puramente económicos– esto no se hizo ni se hace. Ni con Diana ni con nadie.
No es que las cosas hayan cambiado mucho ahora, solo basta recordar miles de otros casos, incluyendo el de Diego Maradona en Argentina. En cierto punto, hoy las redes sociales pueden ser tan o más crueles y destructivas que lo que eran (y siguen siendo) los canales de televisión, las radios y los diarios. Y es más difícil detectar o ponerle una cara y un nombre a los atacantes. Seguramente, en diez o veinte años, alguna tragedia actual permitirá revisar esta última década y llegar a la misma conclusión que llega esta inteligente película: que Diana no solo tuvo que combatir con un marido que no la quería y una realeza que no la entendía ni aceptaba sino con una industria mediática que solo se acuerda de los dramas humanos cuando la gente lleva flores a las tumbas. Ahí sí, cuando hay que vender ediciones especiales y libros conmemorativos, la víctima es el héroe o la heroína de todos y todas.