Contrariamente a lo que su título sugiere Lady Macbeth (2016, estreno que llega con cierto retraso) no es un título shakespereano, está basada en la obra Lady Macbeth de Mtsensk del escritor ruso Nikolái Leskov y tuvo adaptaciones teatrales.
La historia nos remite a un matrimonio acordado en el viejo Reino Unido de 1865, ella es inmensamente infeliz y él le dobla en edad y le brinda más órdenes/mandatos que cariño. Él es un hombre importante que suele estar de viaje y ella habita la enorme casa como si fuese una especie de florero.
La verdadera protagonista de este cuento gótico y rural es Katherine, una excepcional Florence Pugh que transmite ambivalencia con una facilidad llamativa. Lady Macbeth funciona porque se trata de una disección de época que tiende a bucear en la psiquis de la protagonista femenina, quien está oprimida como lo están casi todas las mujeres en el relato, no es casualidad que llegue el affaire con Sebastián (Cosmo Jarvis), un tosco peón que hace valer su masculinidad y se planta a la par e incluso desafía la posición de poder que Katherine ostenta. Alexander (Paul Hilton), quien oficia del esposo prepotente, es asesinado en complicidad con su consecuente amante tras descubrir la infidelidad, escalando así en la espiral de la psicopatía.
En Lady Macbeth no hay grotescos, sino más bien insatisfacción sexual y ambición por el poder. Las sirvientas tienen menos derechos que los gatos y la estética arquitectónica acompaña/aprisiona a Katherine. Los campos son silenciosos y solitarios y siempre hay una sensación de pesadez atmosférica. No se ve la luz del sol a menudo y cuando se la ve es en la antesala de un acto nada agradable (un niño le pregunta a Katherine por qué es tan bonita). Las visitas son por compromiso (totalmente acartonadas y carentes de empatía humana, vale recordar la vieja idiosincrasia de la postura corporal y el té inglés) y no hay a quien acudir, ni siquiera al amor de una pareja (Sebastián parece más una vía de escape ante este conflicto interior que una relación significativa). Esta adaptación dirigida por William Oldroyd es acertada porque no se casa con nadie; es decir, filma un cuento amoral, implacablemente malsano y no busca justificar la postura de los personajes pues son como son por imposición de las clases sociales a las que pertenecen.
Se trata de una muy interesante propuesta para quienes busquen un cuento de época bien ambientado y sin mayores vaivenes fuera de la narrativa tradicional, y no hay que obviar la presencia de Florence Pugh que seguramente dará buenos papeles en un futuro.