El director William Oldroyd debuta en el cine al igual que la guionista Alice Birch, ambos con gran experiencia en el ámbito teatral. Se basan libremente en la novela Lady Macbeth de Mtsensk (1865) de Nikolai Leskov, que fuera publicada en su momento en la revista Epoch de los hermanos Dostoyevsky, y que setenta años más tarde Dmitri Shostakovich la convirtiese en una de las páginas más bellas y controvertidas de la lírica mundial.
La acción se traslada de la Rusia rural a la campiña inglesa en el mismo período en que se escribió el relato. Katherine, la protagonista, habita en una austera y vacía mansión junto a su reciente marido y su suegro, latifundistas avaros y calculadores. Fue comprada junto a un pedazo de tierra. Se encuentra sola, abandonada y encerrada en medio de un páramo, tratada como un mueble más o un objeto sin ningún cometido. Su función es dejarse atender (vestirla, desvestirla, servirle los alimentos en el comedor). Su esposo, un ser atormentado y disfuncional, la somete a una serie de desprecios y humillaciones.
De a poco la antiheroína se irá rebelando, mostrará la hilacha, dejará de ser una mosquita muerta para mostrar su costado de “femme fatale”. La prolongada ausencia de su cónyuge le permitirá dejar de ser una víctima para convertirse en victimaria y apartar de su camino a todos aquellos hombres que impidan su liberación. Es ahí cuando aparece su costado perverso, egoísta y siniestro a través de una personalidad obstinada, provocadora, con tendencias psicópatas sin ningún tipo de remordimientos. Para ello se sirve de Sebastián, su amante, un peón de establo sexy y fuerte pero que no muestra nada fuera de su externa masculinidad. Presenta los mismos dilemas morales que Lord Macbeth en la obra de Shakespeare, es un concepto, un catalizador, un instrumento del cual se sirve Katherine para lograr sus objetivos. Otra mártir de su despotismo será la criada Anna, testigo de su aburrimiento y frustración en un comienzo, para más tarde azorada ante los hechos que observa, registrar todo sin palabras, solo con sus ojos y su presencia.
La simetría en imágenes fijas de las tomas interiores contrasta con la cámara en mano y los planos generales de los prados y el mar. La opresión de la casa representada en esos corsés y fajas que la aprisionan, frente al cabello suelto y la ausencia de formalidades cuando se encuentra en espacios abiertos. La cinematografía evoca los silencios estáticos de los cuadros domésticos de Vermeer, la luz inquietante y opaca del pintor danés Hammershoi y los retratos del artista inglés Joshua Reynolds.
Una característica del film es la sucesión de tomas cortas, el director recurre a la repetición de escenas, primero como medio para mostrar la monotonía en la vida de Katherine, y luego para marcar los cambios profundos y decisivos que introduce en su vida diaria. El desequilibrio de las clases sociales está marcado por el color de la piel: tez blanca para elle y su familia política como signo de poder y dominación; negra para la criada y el hijo bastardo del marido; intermedia con tendencia oscura la del amante. Otro elemento inquietante es la presencia de un gato que se desplaza con comodidad y libertad por todos los ámbitos. Goza de una mayor autonomía que la patrona, es la invasión de lo exterior, lo salvaje (come tranquilo los restos sobre un plato sobre la mesa de la cocina como apertura de un tramo de intensidad sexual), lo imprevisto que pulveriza movimientos reglados y circunspectos ( cruce en la parte inferior del cuadro delante del féretro del suegro en el registro fotográfico).
Katherine triunfa sobre sus predecesoras. No muestra el costado femenino, la debilidad que derrumba al personaje de Shakespeare, ni tampoco obtiene un castigo penal por sus actos como la de Leskov. En la de Oldroyd, está presente el ansia de libertad prohibida más que la obtención del poder, despojarse del patriarcado que la rodea para lograr su independencia, su emancipación. Una extraordinaria realización que explora la progresiva rebeldía de la protagonista, desmontando los mecanismos narrativos de la tragedia, al situarse en los tonos del drama esquivando sus convenciones.