Lady Macbeth, de William Oldroyd
Por Ricardo Ottone
El personaje de Lady Macbeth se transformó culturalmente en un villano femenino emblemático. Prototipo de un tipo de mujer fría, calculadora y despiadada, que se define además por su capacidad de manipular a los hombres, por lo general cobardes y pusilánimes, que se convierten en juguetes y ejecutores de sus planes. Y que van a ensuciarse las manos por ella, aunque a veces la mancha indeleble de sangre la venga finalmente a visitar. Convertida en una suerte de arquetipo, la vamos a encontrar en diferentes obras de diferente forma pero con una base común. Lady Macbeth, primer largo del británico William Olroyd, está basado no en el drama de Shakespeare sino en un cuento del ruso Nikolai Leskov de 1865 que ya tuvo unas cuantas adaptaciones, la más conocida quizás sea Lady Macbethen Siberia (1961) de Andrzej Wajda.
Esta nueva versión, ambientada en la Inglaterra victoriana, transcurre completamente en una mansión rural y sus alrededores. La protagonista, Katherine (Florence Pugh), es una mujer joven metida a la fuerza en un matrimonio arreglado con un hombre mayor y amargado. Este solo espera de ella que le de un heredero y la trata como a otra de sus propiedades. Quien gobierna la casa es su suegro, un hombre aún más cruel, brutal y peligroso. En medio de una ausencia de varios dìas por parte de ambos amos y guardianes, ella arranca un idilio romántico con un joven trabajador de la propiedad que se convierte rápidamente en pasión irrefrenable. La situación obviamente no podría sostenerse por mucho tiempo, pero Katherine ya está decidida a no resignar su deseo y va hacer todo lo que haga falta para eliminar cualquier obstáculo que se le ponga delante. Lo cual, va a incluir hasta el crimen, en donde tendrá que tener participación, quiera o no, su plebeyo amante.
Las primeras escenas dan cuenta de la situación de Catherine en la casa, de todas las humillaciones y desprecios que debe sufrir de parte de su nueva familia. Como para dar cuenta que un personaje así no sale de la nada. No para justificarla, sino para comprender que el monstruo, si es que tiene sentido llamarla así, no es más que un producto de esa organización social y de los mismos que luego serán sus víctimas. Catherine va a darse cuenta que si quiere ser libre tiene que devolver el golpe e invertir las relaciones de poder, dejar de ser objeto de la dominación para ejercerla ella. Para dejar de ser oprimida debe pasar a ser opresora.
Al drama de época viene a superponerse la trama criminal, la cual le agrega un interés extra. Como si se tratara de un film noir victoriano, Catherine bien podría codearse con Barbara Stanwyck en Perdición (1944), como una de esas mujeres fatales que son el objeto de deseo y la ruina de los hombres que envuelve, en una intriga que le debe algo al suspenso de Hitchcock y de Henri-Georges Clouzot, con Las Diabólicas (1955) a la cabeza.
El tema, igualmente, es la opresión, que es de género en un principio, pero fundamentalmente de clase. Katherine viene de una familia más humilde que la de su marido quien alardea de haberla “comprado” y debe soportar por ello todas las afrentas. Cuando se levante, va a ser ella la que va a ejercer esa dominación de clase sobre sus subordinados, sobre su criada (incómodo testigo) e incluso sobre su propio amante. A esto viene a sumarse a la cuestión racial, la opresión del amo blanco sobre la sirvienta negra (que además es mujer y pobre) y su amante que es mulato, quien al principio juega ingenuamente de seguro y provocador y termina dominado y aplastado por una voluntad que lo supera y, claro, por el poder de clase.
La dirección de Oldroyd acompaña con una puesta fría y ascética, libre del manierismo muchas veces presente en el cine de época. Hay pocos pasajes musicales, una luz mortecina y predominio de los azules y los grises. Un cierto brillo inicial se va perdiendo paulatinamente y los tonos más oscuros van ganando terreno a medida que su protagonista se deja ganar por esa oscuridad. La actuación de Florence Pugh, que le valió el título de revelación en varios medios, maneja de manera muy convincente ese ir y venir entre el desenfreno que la arrebata y la necesidad que a veces tiene que reprimirse pero donde la pasión se adivina detrás de la máscara. Un ida y vuelta que combate en su interior y en el cual se consume cuando se pierde en una espiral de la cual ya no puede ni quiere salir.
LADY MACBETH
Lady Macbeth. Reino Unido. 2018.
Dirección: William Oldroyd. Intérpretes: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis, Naomi Ackie, Bill Fellows. Guión: Alice Birch, sobre el cuento de Nikolai Leskov. Fotografía: Ari Wegner. Música: Dan Jones. Edición: Nick Emerson. Dirección de Arte: Thalia Ecclestone. Diseño de Producción: Jacqueline Abrahams. Producción: Fodhla Cronin O’Reilly. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 89 minutos.