Larry, el triste
Bueno, hay que decirlo rápido para que no duela tanto: Tom Hanks derrapó. El bonachón que hizo que todos quisiéramos un departamento con cama elástica en la adorada Quisiera ser grande, el policía que era socio de un sabueso y el padre viudo enamorado de la, en ese entonces, muy bella Meg Ryan de Sintonía de amor, entró en una decadencia de la que espero pueda tener retorno.
La cuestión es que Tom por segunda vez en su extensa carrera se puso atrás de la cámara y dirigió Larry Crowne, una especie de comedia con big smile Julia Roberts, que cuenta las desaventuras de un pobre infeliz (el Larry del título interpretado por el mismo Hanks) que es despedido del trabajo al que le dedico toda su vida, con la excusa de que nunca fue a la universidad.
Pero esta es una película de enseñanza de vida, así que Larry como buen americano ve el lado coca cola de todo esto y en vez de demandar a quienes lo despiden sin motivo, el mismo día en que pensaba ser elegido como empleado del mes, ingresa a la universidad y toma un curso sobre algo así como hablar en público de manera informal, dictado por la siempre radiante Julia Roberts. Y si alguien puede llegar a pensar que lo malo de la película es su previsibilidad al estilo hombre encuentra el sentido de su vida en nuevo grupo de amigos y conoce a la mujer de sus sueños, se equivoca, porque si bien todo esto pasa eventualmente, el definitivo y gran problema es que sucede de una manera tan falaz y alejada del mundo que irrita.
Un ejemplo de los momentos donde la desidia por parte del director se hace más evidente es cuando luego de una jornada universitaria Larry se sube a su moto y, secundado por sus nuevos amigos, recorre la ciudad. La escena es tan falsa que necesita hacernos saber a través de una canción que ese es un buen día, sin contar que para remarcar la idea de felicidad adolescente que el protagonista está descubriendo, vemos como en cada esquina se suma más y más gente en moto sin ningún motivo aparente al paseo que Larry que había comenzado de manera supuestamente espontánea.
Es increíble que el mismo hombre que en 1996 dirigió la hermosa película de camino a la fama que es Eso que tú haces, y que impuso el hit de los inventados The Wonders en el corazón de multitudes (bueno, no sé si multitudes pero en el mío si) hoy, 15 años después nos traiga esto: una película sin ningún tipo de alegría, a la que no se le puede creer ni una sola sonrisa, y eso sí que es imperdonable.