Una caja de chocolates
Un hombre pierde su trabajo y vuelve a estudiar en esta comedia con Tom Hanks y Julia Roberts.
Hace diez, quince años, una comedia romántica protagonizada por Tom Hanks y Julia Roberts podría haber hecho explotar la taquilla. Dos de las estrellas más populares de los ’90, Tom y Julia (entonces no hacía falta más que los nombres de pila, probablemente hoy tampoco) movían los hilos de Hollywood.
Pero hoy las cosas han cambiado. Y no sólo porque ni Tom ni Julia siguen llevando, al menos en los Estados Unidos, la misma cantidad de gente que entonces (en el resto del mundo las figuras consagradas tienen una vida útil bastante más larga), sino porque el concepto mismo de películas que se venden por la fama de sus actores ha caído, vencido por los tanques que aseguran novedosos efectos especiales, secuelas, adaptaciones de cómics y otras variedades.
Sería maravilloso poder decir que Larry Crowne marca un notable regreso a un cine más humano y clásico, pero lo cierto es que si bien las intenciones son ésas, los resultados no llegan a la altura de sus pretensiones. Dirigida con economía y simpleza por el propio Hanks, el filme intenta ser una comedia contemporánea acerca de cómo la crisis económica y el consecuente desempleo alteran la vida de un hombre por completo. Y cómo es posible salir de la desesperación gracias a... bueno, a toparse con alguien como Julia Roberts.
Hanks es Larry, un hombre en apariencia simplón y solitario, repositor de una gran tienda durante décadas, que de golpe se queda sin trabajo, supuestamente, por no tener educación terciaria. Imaginando que hacer la universidad le permitirá conseguir trabajo, Larry se anota en un Community College (esas universidades públicas muy poco prestigiosas, lugares adonde van los que estudian de grandes o los que no tienen o dinero o promedio para entrar a una facultad “en serio”) y uno de los cursos que le recomiendan es el que da Mercedes (Roberts).
Se trata de una clase de oratoria para poder hablar de cualquier tema en público, algo muy caro a las interacciones sociales en ese país. Y Mercedes es una mujer bella pero dura, cortante, con una pareja que es un cero a la izquierda (interpretado por Bryan Cranston, en el rol más problemático del filme junto al del vecino de Larry que encarna Cedric the Entertainer). Allí es donde primero se ignorarán y luego darán tímidos primeros pasos.
La historia tiene algunos otros vericuetos y personajes secundarios (como la banda de motoqueros más buena del mundo), pero el problema del filme es que su visión edulcorada, amable y, uno supone, ideada en la época en la que Barack Obama parecía que iba a cambiar radicalmente el curso de las cosas allí, es demasiado ñoña e inocente. Sólo algunos pasajes y salidas entretenidas, especialmente gracias a Roberts, que parece más despabilada que el propio Tom (enfrascado en hacer de un más veterano y adaptado Forrest Gump), levantan el “paquete”.
Larry Crowne es menos que la suma de las partes y, seguramente, logrará brindar algunas sonrisas a los espectadores nostálgicos que esperan ver destellos del talento de Tom y Julia. Pero no mucho más que eso. En lo fundamental, se siente como una oportunidad perdida. La mayoría de las comedias románticas juveniles, hoy, son más certeras, graciosas y políticamente afiladas que este apenas pasable intento de hacer un cine “por la gente y para la gente”.