Inocencia ininterrumpida
Mayormente maltratada por la crítica aquí, allá y en todas partes, Larry Crowne –la segunda película de Tom Hanks como director– es una apuesta radical de refundación simbólica de una sociedad. Presentada como una comedia romántica, habla de la actualidad de Estados Unidos desde un grado de artificio tan grande que nos transporta al cine clásico y nos propone ser espectadores vaciados de cinismo.
A no confundirse: Larry Crowne es cualquier cosa menos tonta. Es una película absolutamente consciente de su construcción. Hanks, como todo cineasta, recorta, elige. Así, un personaje busca pornografía en internet, y cuando vemos las imágenes en la computadora se trata de chicas en malla, algo casi más difícil de encontrar en la red que material realmente pornográfico. En Larry Crowne se nos informa que ese personaje consume pornografía, pero se nos muestran unas fotos inocentes. No es un error, es una elección estética, un planteo de coordenadas. Así como en el cine clásico de Hollywood los encuentros sexuales se narraban mediante estrictas codificaciones (elipsis desde el fuego, desde trenes entrando a un túnel, desde paisajes vistos desde una ventana), Hanks elige hacer una película con espíritu inocente, y hacerlo visible. Uno de sus nada escasos méritos como realizador es integrar la inocencia y el artificio en un relato consistente.
¿Quién es Larry Crowne? Es un John Doe (Juan Nadie). Es el americano promedio del cine del New Deal en su vertiente optimista, alguien de buen corazón, tenaz, trabajador, que confía y cree en su sociedad, en el sueño de su sociedad y en el suyo como individuo. A Larry (obvia y justamente interpretado por Hanks) lo echan del trabajo, de unas mega tiendas llamada U-Mart. Larry deberá cambiar de vida: irá a la universidad comunitaria, y allí está como profesora Mercy (Mercedes, interpretada por Julia Roberts). Con ese punto de partida, Hanks arma una película de gran ritmo y de singular solidez. El mundo de Larry Crowne es un mundo sin villanos: el más malo es el novio de Mercy, el buscador de porno, que miente un poco y es grosero; los ejecutivos que lo echan a Larry son apenas un poco patéticos y un poco cínicos. Larry Crowne refunda su vida, y en esa refundación está la propuesta de la refundación de Estados Unidos. Larry se anota en un curso de economía y en otro de oratoria: está clara la propuesta, hay que volver a producir y hay que volver a preocuparse por las formas de expresión. Detrás de una comedia romántica de apariencia liviana y de forma perfecta, fluida, segura, está la propuesta de un cineasta con una mirada clara: hay que reaprender a hablar para seducir, hay que volver al cine clásico, la forma perfecta de narración estadounidense. Hay que volver a contar la historia del sueño americano. Sí, por supuesto, ya no queda inocencia ahí afuera. Pero dentro del cine, Hanks nos dice que sí, que la mujer de la que se enamora Larry se llama Mercy (compasión) y que cuando sonríe cambia el mundo, que el sueño americano queda atrás en el suburbio, en una eterna venta de garaje (extraordinario plano del espejo retrovisor), pero que puede recomenzar. Y nos dice, además, que una banda de motoqueros puede buscar su destino a partir del diseño y el feng shui, con educación y buenos modales. No quedan tantas películas así de anómalas, así de felices, así de clásicas, así de esperanzadas, así de inocentes. Si el cinismo no los ha vencido por completo, no se la pierdan.