Hace unos cuántos años, Tom Hanks se estrenó como director haciendo un film simplísimo y simpático, llamado “Eso que tú haces”, sobre un conjunto pop y su única canción. Lo que uno veía era una mano segura para dirigir actores y la gracia de un experto en comedia, aunque el film era ligero como una pluma. Evidentemente, con los años Hanks ha madurado: a esas virtudes del principio se le suma en “Larry Crowne” la idea de narrar algo pertinente. Aquí es un tipo que pierde todo –hipoteca mediante– y tiene que empezar de nuevo; vuelve a la escuela, se enamora de una maestra (Julia Roberts, una actriz que nos hace creer que es la mejor del mundo con solo decir dos frases) y trata de enderezar su vida y la de ella, un poco gris y todavía un poco herida. Por detrás, como telón de fondo ineludible, aparece el lado derrotado de la Utopía Americana.
Pero Hanks no es un clon yanqui de Luis Sandrini; aunque quiere creer –y de hecho cree– en que aquella “land of the free, home of the brave” es aún posible, también sabe que el mundo es mucho más complejo de lo que parece y que hay que barajar y dar de nuevo. Desde lugares chicos y marginales, desde la apelación a la libertad individual y el placer (también en la Constitución estadounidense figura “la búsqueda de la felicidad”) es desde donde se construye o se busca aquella utopía. Finalmente, estamos ante una película subversiva: nos muestra que la búsqueda de la alegría es un arma política.