Belleza Americana
Sorprende, aunque no llama la atención demasiado, que una película como Larry Crowne reciba críticas tan lapidarias como las que está recibiendo. Sorprende porque es un film con ritmo, bien narrado, con buenas actuaciones, simpático y gracioso, clásico en su factura, que pone en evidencia personajes transparentes y que viven situaciones coherentes, con cambios en sus conductas que nunca suenan a cosa forzada por el guión. Se la puede acusar de liviana o excesivamente buena onda, pero hay en ello una explícita intención de Tom Hanks por construir una fábula artificiosa, por proponer una búsqueda de la belleza por encima de todo, alejándose del cinismo que impera en el cine contemporáneo. Por eso, es que no llama tanto la atención al fin de cuentas que el espectador actual -y el crítico- reciba con extrema frialdad una propuesta como esta: el film asegura que hay posibilidades de modificar los rumbos errados a partir de las buenas acciones y cierta acción comunitaria. Para aceptar lo que Larry Crowne propone es necesario dejar el cinismo en la puerta del cine y abandonarse a una película que, como el cine clásico, es cristalina y no esconde segundas intenciones, sin por eso ser una película lineal.
Hanks (en su segundo film como director, luego de la igualmente ligera y amable Eso que tú haces), es el Larry Crowne del título, un adulto divorciado que luego de trabajar durante muchos años en una gran tienda es echado de su empleo por carecer de estudios universitarios. En plena crisis, Crowne decide tomar unos cursos en la universidad sobre oratoria y economía, y allí conocerá tanto a una joven que lo incluirá en una libertina banda de motociclistas como a una docente (Julia Roberts), con la que se terminará involucrando afectivamente. Larry Crowne, la película, se inscribe en el territorio de la comedia romántica, pero es mucho más que eso, y esa es parte de su inteligencia. Uno podría definir velozmente a esta película como una ingenua, blanda y blanca mirada sobre la realidad social de los Estados Unidos, y cómo se reafirma la idea de que siempre es posible salir adelante, en lo social como en el amor. Claro que eso no sería hacerle justicia al film y, por otra parte, hablaría un poco de nuestra pereza como críticos. Es evidente, porque la película es cristalina en sus intenciones y mecanismos, que el film es mucho más que eso, que lo romántico es apenas una de sus caras y que lo que Hanks quiere dejar en claro es que las cosas en su país no están bien, pero que es posible salir adelante con valor, coraje y las decisiones justas y precisas. Es un poco creer en valores que parecen hoy perdidos y que, para el actor y director, sería imperioso recuperar.
En primera instancia, la película fluye muy aceitadamente. Eso se debe a que Hanks deja de lado cualquier intención de virtuosismo y expone el drama de sus personajes de manera precisa y clara: clásico. No hay diálogos de más y las cosas se resuelven por medio de las acciones o los objetos que aparecen en imagen (ejemplar es la escena en la que la docente echa de la casa a su marido; bastan sus bienes en la vereda y un pastel que estalla contra una puerta cerrada). Larry Crowne se inscribe en la lista de películas que dicen lo que tienen que decir, mientras nos distraen con las desventuras de un grupo de personajes. Pero en Hanks lo clásico no es sólo una manera de contar, sino también un espíritu que se apodera del relato. Por eso la película exige de parte del espectador un esfuerzo y un ejercicio: dejar de pensar en el mundo que está ahí afuera y aceptar el que nos propone el film. De ahí también que uno comprenda el fracaso en taquilla de esta película en los Estados Unidos: hoy por hoy son pocas las obras que piden un esfuerzo por parte del espectador y no dan todo masticado. Como el guión (del propio Hanks y Nía Vardalos) es tan perfecto, uno se termina creyendo como posible la aparición de esa banda de motociclistas buena onda que le terminan cambiando la vida a Crowne. Esto es bueno aclararlo: Hanks no dice que esto ocurra en la realidad, sino que nos pide amablemente que creamos en la ficción y en sus personajes imposibles. Y, también, que las soluciones que aporta no deben ser leídas linealmente con la realidad, sino que funcionan en las coordenadas del mundo exacerbadamente blanco que construye. Otro dato a tener en cuenta: no es el amor el que modifica al personaje, sino que sus modificaciones internas y externas son las que hacen posible el amor. No es poco para una comedia romántica.
Pero hay algo mucho más interesante en Larry Crowne, y es cómo incorpora su mirada sobre el mundo, especialmente en este presente de crisis que viven los norteamericanos. Porque Larry Crowne es una película explícitamente norteamericana. No hay nada de ingenuo en el film, ni siquiera es naif. El tono, de comedia romántica, lo es, pero no sus ideas. El film es claro, preciso, punzante. Hanks propone una refundación de la nación, un volver a empezar de cero. Tiene bien claro que no hay un nuevo modelo de país si no se baraja y se da de nuevo. Por eso Larry pierde todo, incluso su casa y su barrio. Larry Crowne, la película, sabe que no hay forma de ganarle al sistema, más que salirse de él y apoyar un proceso de reconstrucción por otro lado: el discurso final del protagonista en el curso de oratoria es preciso en esa inclusión de todas las voces (incluso observemos que Larry toma dos cursos fundamentales para esa refundación: oratoria y economía). La película dice que los grandes logros están en los pequeños gestos y desde ahí se va construyendo, en una sumatoria de individuos que deciden libre e independientemente, incluso a través del placer y el hedonismo, una idea de país. Uno puede discutir y sentirse a disgusto con los valores que dicen sostener los americanos, pero no puede oponerse a la forma inteligente en que Hanks los imbrica con el relato.
Por esta y por otras cuestiones, Larry Crowne es una película particular, mucho más compleja que la crítica en marcha automática ha querido ver. Mucho más, incluso, si agregamos que se preocupa muy poco en seducir a los espectadores de hoy. Si una película con dos estrellas como Hanks y Roberts en los 90’s hubiera sido un éxito asegurado, en la actualidad queda sepultada por una avalancha de adaptaciones de sagas literarias, superhéroes, efectos 3D y directores postmodernos que se las dan de inteligentes porque dejan un trompo girando y editan sus películas como si sufrieran Mal de Alzheimer. Hasta en eso es una película totalmente libre, alejada de los gurúes del marketing. Y si todo esto no alcanzara para justificarla, el final incluye un plano de Julia Roberts en el que gira su largo cuello, mira hacia atrás y sonríe mostrando la dentadura más perfecta que ha dado el cine en mucho tiempo. Esa es otra forma de la belleza que Hanks persigue en su segunda e interesante película como director.