CABALLERO SIN ESPADA
En su segundo largometraje como director, Tom Hanks muestra no sólo una calidad narrativa por encima del promedio, sino que además aporta una mirada lúcida sobre la realidad actual y reflexiona, con inteligencia y humor, acerca de los tiempos que corren.
Tom Hanks en un actor inteligente. Quien no pueda verlo, simplemente no ha mirado con atención. Es propio de una aproximación apresurada el pasar por alto el talento de los grandes del cine norteamericano actual. Como director, Hanks ha demostrado ser también un artista con ideas y talento. Se ha mencionado mucho a Frank Capra alrededor de la figura de Hanks, y particularmente de esta película. Y lo cierto es que la mención es adecuada. Larry Crowne puede ser cualquier cosa menos una película pasatista y su mirada del mundo es lo suficientemente crítica y hasta oscura como para darle la categoría de película extraordinaria. El hombre común que interpreta Hanks es el mejor empleado que una empresa pueda tener, y aunque las cadenas de supermercados tienen mala fama, él se dedica con todo su ser a su tarea. Desliza su personaje una frase clave: “No sólo es la política de la empresa, es lo correcto”. Y así demuestra que es un personaje que no tiene la camiseta del lugar donde trabaja, sino la de hacer las cosas bien. La empresa, por otro lado, tiene distintos planes y Larry es humillado y dejado en la calle por un grupo de cínicos que están mejor ubicados en la empresa que él. Los universitarios lo dejan en la calle a él, que ha hecho siempre lo correcto, excepto prepararse en la universidad. Pero son épocas de crisis y para Larry, y por extensión para un país, y por extensión para el mundo, las personas comunes deben hacerse fuertes y volver a empezar.
Película sobre las segundas oportunidades, sí; cuento amable sobre la capacidad de la gente para reinventarse, sí, también. Pero sobre todas las cosas Larry Crowne es un llamado a la rebelión, es una convocatoria al público para volverse fuerte, para abandonar el cinismo y prepararse para sobrevivir a las empresas y a los bancos. Larry Crowne ha quedado en la calle y para volver al ruedo elige dos caminos: una clase de oratoria, deseo expreso de comunicar de forma correcta. Y una clase de economía, para poder armarse frente a un sistema despiadado. Sin embargo Larry Crowne es una comedia, y no sólo una comedia, sino una comedia romántica. Es una película demodé, pero no por accidente, ni tampoco por error. Larry es calificado como alguien de “la década del 50”, y música de esa época escucha, y en esos años parece haber adquirido sus formas. Pero la película no es reaccionaria, no está enojada con los cambios del mundo, tan solo los describe con simpática ironía para finalmente mostrarlos con sus limitaciones y contradicciones.
En las clases de economía el delirante profesor (interpretado por George Takei, el recordado Sulu de Star Trek) es claro con los celulares, que si bien son un valioso medio de comunicación, merecen ser limitados. Y no es una cuestión moralista lo que hace que Julia Roberts se enoje con su marido porque mira “porno” (son chicas en bikini) en Internet, sino la forma en que pierde tiempo en ese medio que tanto nos da pero tanto nos sigue quitando a diario.
No sólo surgirá el amor con su profesora, sino que también Larry descubrirá un grupo de jóvenes que se convertirán en sus amigos. Estos jóvenes son – y así se llaman ellos mismos- una pandilla. Pero una pandilla en la que todos manejan scooters y se parecen más a Nanni Moretti que a una patota de motoqueros. Su saludo para incorporarlo al grupo es el chasquido de la pandilla de West Side Story. De esta manera se confirma la pertenencia de Larry a la década del 50, ya que la nueva generación es una película de los 60. Y esa pertenencia es también cinematográfica. Tom Hanks se siente cerca del cine de los 50, se identifica con el clasicismo narrativo que utiliza en su película, construyendo un relato perfecto, sin fisuras formales de ningún tipo. Con una ligereza que muestra que Hanks confía en sus ideas, la película es bastante dura y el final tiene la ambigüedad de los finales del cine de Capra. La victoria de Larry es moral, pero no termina en una mansión siendo el jefe de una gran empresa, sino empezando muy de abajo. Pero ha generado una red social, ha salido a la calle y se ha liberado de las imposiciones del sistema. Como Moretti, Larry viaja por la ciudad y es libre. Eso también es lo que ha ganado la libertad. Cuando su amiga le cambia el nombre lo apoda Lance Corona. Poniéndole en un solo nombre características de caballero andante y de rey. Eso es, después de todo, este pequeño hombre común que recibió un golpe del sistema y resistió y vivió para contarlo. Ese es el director Tom Hanks, tan ajeno a cualquiera de todas las formas de demagogias del cine actual, que emociona y enfervoriza verlo exponer tanta valentía estética e intelectual.