“Las Acacias” es un film de un estilo amable, una narración suave y una consecución fresca pero algo almibarada. Se trata de un film que cuenta la historia de Rubén, conductor de un gran camión que transporta madera de Paraguay a Buenos Aires, y que, como favor a su jefe, accede a llevar a la capital argentina a Jacinta y su hija de cinco meses, Anahí. Ahí van los tres toda la película en un mismo escenario – el camión -, comunicándose a través de gestos mínimos, con las pequeñas variaciones que dejan ver los sentimientos de dos desconocidos que deben compartir un espacio a lo largo de tantas horas.
Una historia llana, a veces hasta previsible, contada de manera técnicamente sencilla, logra momentos intensos, afables y en ocasiones, simpáticos. En la economía de recursos y en las limitaciones de una pretendida “gran historia”, radica el encanto de “Las Acacias”, aún en algunos tropiezos en la continuidad del guión o en la coherencia dramática de sus personajes.
¿Cómo hacer para que un film con tres personajes subidos a un camión, mantengan el interés del espectador? Con la empatía que logran los actores entre sí y la descollante presencia de la bebé, quién lleva magistralmente el hilo conflictivo de las relaciones y logra escenas atrapantes que consiguen mantener la atención en toda la película. La conexión de los personajes, permite la resonancia de los pequeños gestos. Ella con un rostro franco y natural, él con una hosquedad que irá cediendo paso a otras sensaciones.
El final, un poco lavado, quizá sea el punto más flaco de la película, haciendo obvio lo que antes era sutil, explicitando lo que se había construido más subrepticiamente, corriéndose de esa característica que era la fuerza del relato.
Pablo Giorgelli debuta en el largometraje de ficción, un nuevo ejemplo de cine materialmente minúsculo y poco hablado; una historia mínima que requiere del impulso de los premios en festivales para sobrevivir. Y lo tuvo, empezando por un importante galardón de la crítica en Cannes.
Publicado en Leedor el 21-11-2011